jueves, 13 de septiembre de 2012

Presentación del Libro

Comparto algunas imágenes de lo que fue la impensada y sensacional presentación del libro "El Menos Pensado y otros cuentos".

¡Muchas gracias a todos los presentes o que acompañaron a la distancia. Y a los que siguieron e impulsaron los relatos desde este blog! :)



viernes, 31 de agosto de 2012


¡¡¡ SE CORRE LA BOLILLA, SE CORRE EL BOLILLÓN... 
AL LIBRO "EL MENOS PENSADO" LE LLEGÓ LA PRESENTACIÓN !!!

¿CUÁNDO?    JUEVES 13 DE SEPTIEMBRE, 19.30 HS. 
¿DÓNDE?     "OBJETO A" (Niceto Vega 5181) PALERMO
¿QUÉ?           SORPRESAS VARIAS.... !!! 
¿TE LO VAS A PERDER? 
¡DEJATE DE JODER!


lunes, 28 de mayo de 2012

Un sueño hecho realidad

Quiero compartir con ustedes este momento.  
Hoy, 28 de mayo de 2012, a las 15.05 hs., llegó de imprenta el resultado "palpable" de estos 3 años de relatos digitales: "El Menos Pensado y otros cuentos", un libro de 160 páginas con algunos de los relatos que contiene este blog y otros tantos inéditos que, por su extensión, no llegué a postear aquí.
No puedo explicar la alegría que siento, el asombro tampoco, pero si quiero compartir con ustedes esta noticia y AGRADECERLES de corazón porque sin sus palabras de apoyo o sus comentarios, no hubiera llegado a semejante barbaridad.
Hasta cualquier momento...
El Menos Pensado :)   



jueves, 2 de febrero de 2012

¡Gracias y Hasta Luego!

Pasaron 3 años. Me cuesta creerlo, realmente. 
Allá por 2009, en pleno verano porteño, comencé a postear en este blog. Y digo que me cuesta creerlo porque hasta unos meses antes, no tenía ni la más mínima idea sobre qué era un blog o una "bitácora", como lo llaman en España (¡Siempre tan decididamente castellanos!). 
Todo surgió para un ejercicio práctico de un curso que pedía  la creación de un blog y que me enseñó la utilidad de semejante herramienta, desconocida por mí hasta ese instante. 
Pasaron unas pocas semanas de finalizar la cursada y, por esa trasnochada ociosidad que trae el verano, la idea fue tomando forma, despacito. 
La verdad que apareció para tapar un problema que venía arrastrando: La vagancia para sentarme a escribir cuentos o relatos; un delirio que me apasionó desde que descubrí la felicidad que produce leer un cuento de Soriano o Fontanarrosa
La cuestión es que crear un blog me pareció una buena excusa para "auto-obligarme" periódicamente a subir un relato, cuento, microrrelato o, por lo menos, algunos párrafos que delinearan algo cercano a una historia
Así comenzó todo, caprichosamente, el último día del mes de enero de 2009. Y lejos de lo que imaginé, me resultó muy agradable la experiencia como para detenerme a tiempo.  
Hasta ahí, todo salió increíblemente. Aunque todavía faltaba un detalle fundamental para que esta locura se extendiera durante 3 años. Sucedieron dos cosas impensadas. Por un lado, me animé a "mostrar" lo que escribía a través de Facebook, entre amigos, por supuesto, lo que me garantizaba sólo palabras de aliento ya que -me gusta creer- me tienen un ¡poquito de estima al menos!
Como consecuencia de eso, ocurrió el segundo hecho aún más increíble: Los amigos apoyaron e impulsaron, y un milagroso "boca a boca" hizo que llegaran hasta el blog otras personas desconocidas que también leyeron los relatos. Incluso pasaban semanalmente a buscar la actualización o dejaban comentarios muy alentadores. ¡Alucinante! 
Fueron años hermosos, de una experiencia inolvidable que dejará online alrededor de 100 relatos (algunos malos, otros regulares y el resto... ¡Peores!).
De amigos, de padres, de abuelos, de borrachos y  fantasmas. De la infancia, crónicas y anécdotas de pueblo (¡gracias ISLG por el premio!). 
Pero como dice la canción, "todo tiene un final, todo termina...". Y acá termina la etapa del Blog Menos Pensado. Al menos con el formato actual, dedicado a relatos y cuentos (¡perdón a la literatura!).
Si Dios quiere (el otro, claro), no será el cierre definitivo del ciclo porque está muy fuerte el deseo de dar un pasito más. Pero como todavía sigue siendo apenas un sueño para 2012, mejor no contar demasiado...
Por lo pronto, sólo me queda AGRADECERLES a todos los que se tomaban unos minutos de su tiempo para meterse en estas ficciones. 
A los que me decían que se emocionaron con algún relato, a los que me hicieron críticas y recomendaciones, a los que se vieron reflejados en un personaje o se sintieron incluidos en una historia. A los que leían a la noche antes de dormirse o los que mataban el tiempo en la oficina. A los que leyeron poquitos e incluso a los que abandonaron a la mitad porque no les gustó nada. Y sobre todo a los que realmente pasaban cada semana a leer... 
¡A TODOS, GRACIAS INTERMINABLES!
No saben la alegría que viví durante este tiempo... Ojalá ustedes hayan podido sentirse -aunque sea una vez- satisfechos por lo que leyeron. 
                                                    ¡Hasta Luego! 


Ps: Mi cariño y gratitud eternos para Martucha, Miguel, Negra, Norita, Diego, Euge, Vivi, Indu, Laura, Marce, Fede, Cecilia, Dani, Gus, Sole, Florencia, Marlene, Vero, Rober, Gaby, Hernán, Kate, Naty, Barbi, María, Urs... Sé que siempre, religiosamente (o vaya uno a saber por qué misterio de la naturaleza) se hacían un ratito para leer los cuentos. ¡Ah! ¡Al maestro Sábat por la caricatura, a Jorh por la tapa y a Marilina por aquella nota! :)  



lunes, 30 de enero de 2012

Luces de Neón


Mientras pasaba disimuladamente la mano derecha por su costado, experimentó por primera vez la sensación de vacío que provoca no llevar un arma. Nunca antes se sintió tan desprotegido. Siquiera portaba su pequeña Bersa calibre 22 en el tobillo.
Esa noche, la ciudad y sus calles se presentaban desbordadas de rostros confundidos. Él miró al cielo, donde buscó esa extraña oscuridad sin estrellas para convertirla en su cómplice entre las sombras.
Había algunas construcciones grises alrededor en los cuales rebotaban los faros de los autos que circulaban a esa hora. Era tarde y no podía dejar de sentirse algo abandonado. Unos deseos poco frecuentes de salir corriendo y dejarlo todo aumentaban a cada paso hasta que, finalmente, se detuvo frente al 547 de la Avenida.
Descubrió un edificio bajo y sombrío, decorado con algo de bronce, que le daba la bienvenida. Una voz gruesa respondió en el portero eléctrico.
- ¿Quién es?
- Estoy buscando a Roldán. Vengo por el asunto de Mario -respondió con su voz más segura-.
Del otro lado, absoluto silencio. Pasaron unos minutos hasta que se abrió la puerta. Ya no había vuelta atrás.
El hall estaba poco iluminado y solamente uno de los dos ascensores funcionaba. Sin embargo, optó por la escalera para llegar hasta el 4º piso. 
Se asomó con desconfianza espiando a los costados. Una esquelética lamparita en el pasillo lo hizo dudar aún más. Todo estaba demasiado tranquilo y tanta penumbra no era  buena señal. Volvió a pasar la mano por su costado, otra vez sintió el aterrador vacío. Necesitaba su revólver, pero  sabía   que lo iban a registrar.
La puerta se abrió antes que llegara hasta ella. Un rostro duro, sin forma y con alguna cicatriz, le hizo un gesto para que entre. Antes, giró su cabeza a ambos lados buscando algún testigo inoportuno.
Roldán estaba sentado frente a un viejo escritorio de madera, delante de una biblioteca escasa de libros. Vestía traje gris con delgadas rayas negras, una corbata al tono y dos gemelos que brillaban sobres sus gruesas manos entrecruzadas. A juzgar por la fachada del edificio, la habitación aparecía más grande y lujosa de lo que se podía suponer.
El Gorila cerró la puerta y se ubicó rápidamente detrás de su jefe. Desde ahí, con una penetrante mirada, escudriñó al visitante hasta obtener un veredicto: No había nada que temer.
El recién llegado, en cambio, caminó temeroso hasta ubicarse frente al escritorio. La débil luz del cuarto, que funcionaba como oficina, alcanzaba apenas para observar algún movimiento no deseado, de una parte o de la otra.
Por fin, la voz ronca de Roldán irrumpió en la tensa atmósfera.
- ¿Cumpliste tu parte? -preguntó.
Había dos ventanas que daban a la calle. Una tenía la cortina cerrada, pero la otra dejaba entrar las coloridas luces de los carteles de neón que adornaban la avenida. Un reflejo rojo, intermitente, daba justo sobre la cara de Roldán.
- Mario no lo molestará más -respondió, a la vez que  apartaba una silla para sentarse.
- ¿Cómo puedo estar seguro de eso?
No encontró una respuesta inmediata, así que intentó demorar sus palabras. Sin embargo, un imperceptible movimiento de cabeza del patrón hizo que el Gorila mostrara su revólver.
Entonces se dejó caer sobre el respaldo de la silla y metió lentamente la mano en el interior del saco para buscar un paquete de cigarros, con el sólo propósito de alterar la fingida tranquilidad del matón. Pudo percibir que él no era el único nervioso en la habitación.
Tranquilo -ordenó Roldán sin mirar a su guardaespaldas-. No puede ser tan estúpido como para sacar un arma aquí.
Y tenía razón. Además, para qué lo haría.
- Solamente quiero un cigarrillo. No se pongan tensos, muchachos, ni siquiera voy armado -agregó con sarcasmo y dejó que una media sonrisa se dibujara en su cara.
Pero Roldán pronto se cansó de los juegos. Hizo otro movimiento de cabeza y su ayudante se paró junto a la silla del visitante, apoyándole una de sus pesadas manos en el hombro.
- Bien -retomó el jefe-. Asumo que cumplió con su trabajo y que no hay rencores, ¿verdad?
Tenía que pensar rápido aunque no veía forma de demorar la situación. Necesitaba tiempo así que permaneció en silencio, dando una interminable pitada al cigarrillo.
En esos segundos, Roldán se levantó y caminó hasta pararse delante del escritorio, en la esquina opuesta a su Gorila. Inclinó el cuerpo hacia delante acomodando su horrible rostro frente al visitante:
- ¿Sin rencores? -insistió tajante-.
Detrás de Roldán seguían mezclándose las luces de colores que llegaban desde la calle. Ahora eran otros carteles los que salpicaban su figura, con tonos verdes y azules.
De repente, un ruido a cristales rotos estalló en la habitación, seguido por un apagado gemido. El cuerpo del Gorila se desplomó en el piso. Roldán no alcanzó siquiera a reaccionar. Atónito, sintió miedo por primera vez en mucho tiempo. Su mirada lo delataba.
El otro se inclinó y tomó el revólver del Gorila.
- Quédese quieto, Roldán -dijo apuntándole a la cabeza.
La escena había cambiado por completo. Ahora, el prolijo mafioso no hallaba palabras para demorar lo inevitable.
- Le dije que Mario no lo molestaría más y voy a cumplir mi promesa. Pero él no es quien va a desaparecer.
Siguieron unos pocos segundos de confusión. Roldán mantenía sus brazos en alto, pero su adversario dejó caer el arma y miró directamente a la ventana. El anfitrión, desorientado, también giró la cabeza hacia allí y la devolvió hacia el cuarto con el rostro desencajado. En su boca apareció una mueca resignada de comprensión.
En el silencio más intenso de la noche, otro estallido de vidrios cubrió el sonido de una incipiente frase que no alcanzó a salir de la boca. Un segundo cuerpo se derrumbó. La costosa camisa celeste se empapó de sangre y un rojo persistente cubrió el pecho de Roldán.
El visitante recogió la pistola del suelo para limpiar sus  huellas con un pañuelo. Luego se dirigió a la ventana e hizo un gesto de aprobación. Desde el edifico de enfrente, una linterna parpadeó dos veces. Recién entonces cerró la cortina y dejó la habitación.
El pasillo seguía en penumbras.
Cuando salió a la calle, el aire caliente y húmedo de la madrugada le dio de lleno en la cara. Nuevamente pasó la mano por el lado izquierdo, aunque no le había hecho falta todavía extrañaba su arma.
Un automóvil se detuvo en la calle. Mario se encontraba al volante y, sonriendo, le estiró por la ventanilla el añorado revólver a su hermano.


lunes, 23 de enero de 2012

Azucena y Gladys


María Concepción Álvarez, tal su verdadero nombre, se hacía llamar Gladys en honor a su abuela materna quien, de pequeña, había tenido la misma “afición” que ella. Esa vocación, compartida por abuela y nieta, se remontaba hasta la época de la Magdalena.
Gladys, María Concepción, se había hecho amiga de Azucena seis o siete años atrás, cuando Rubén la llevó a vivir a la barriada. Un caserío nuevo que se formó al costado de las vías, cerca de la Estación de Retiro.
Primero se cruzaban en la callecitas de la villa o se veían en el almacén y se saludaban por compromiso. Pero poco a poco empezaron a charlar y se hicieron buenas amigas. Muy cercanas, las mejores amigas.
Tan unidas eran que Mario, el marido de Azucena, se había enojado mucho por esa nueva amistad y, cada vez más seguido, se lo reprochaba sin pelos en la lengua a su esposa: "No puedo soportar que la mujer con la que me casé se la pase todo el tiempo con una atorranta”.
Así la nombraba todo el tiempo. “La atorranta esa”. “La atorranta de acá, la atorranta de allá”. 
Cada vez las discusiones por este tema se acercaban más a la violencia física.
Lo cierto es que Mario, por lo menos, no mentía. Toda la villa sabía lo que Gladys hacía por las noches. Pero a Azucena, la profesión de su amiga nunca le importó y, seguramente por eso, jamás soportó el modo con que Mario calificaba a su amiga.
Mejor dicho, cuando él arrancaba con el cuentito ese sobre Gladys, ella lo paraba en seco. Sabía muy bien cómo frenar a su marido. Le daba donde más le dolía: En el orgullo masculino.
- Será puta y lo que vos quieras, pero por lo menos gana plata para mantenerse. No como vos, que ni un trabajo te dura. O te olvidas que ni de chorizo pudiste conseguir guita.
Así era la Azu, puro carácter. Una bomba de tiempo a punto de explotar en cada pelea. Y si Mario se reviraba, la mujer cazaba lo que tuviera a mano y se acababa la discusión ahí nomás. No era tonta. Siempre discutía cerca de la cocina para tener a mano un cuchillo, si era preciso. Pero si no, con unos cuantos gritos terminaba la cuestión. Entonces, Mario salía furioso de la casa rumbo al bar para pasar el tiempo con sus amigos y, de paso, bajar la bronca con unos vinos. “Un día de estos la fajo o me mando a mudar y se acabó el problema”, se consolaba de camino al boliche.
Pero antes que eso ocurra, primero se cansó la mujer.
Una tarde, después de un trifulca fuerte entre el matrimonio, Azucena salió disparada para la casa de su íntima amiga. Estaba descontrolada, deshecha y bañada en llanto.
Gladys, en cambio, le abrió la puerta con tranquilidad. Estaba fumando. Ninguna de las dos tuvo que decir una palabra. Solamente se cruzaron miradas de comprensión hasta que estuvieron sentadas en el sofá. Una seguía llorando y la otra dejaba escapar el humo, con cara de preocupación, pero con un gesto ausente en la mirada.
Un rato más tarde, cuando Azucena terminó de relatar lo sucedido y se calmó a medias, dejó que su amiga la envuelva en un abrazo y se quedó así durante un buen rato, en silencio.
Después se secó las lágrimas y se dejó llevar por una rebelde curiosidad. Le arrebató el cigarrito a Gladys de los labios y le pegó unas cuantas pitadas. “Cuidado que este no es como los de siempre”, alcanzó a decir la otra.
Al ratito nomás, la habitación le pareció más grande, como en una perspectiva inclinada a la derecha. Sintió que se caía del sillón y veía la risa de su amiga como en cámara lenta. Gladys le hablaba, si, pero el sonido de la voz sonaba lejano, como un eco que golpeaba desde el exterior de la casa y rebotaba hasta la cabeza de Azucena.
Inspiró largo de nuevo y dejó escapar otro delgado hilo de humo. Sintió como si de su boca salieran los últimos restos de una mujer infeliz, casada con un vago ingrato que no la merecía.
Al caer la noche, Azucena volvió a su casa. Antes de cerrar la puerta con llave, miró desconfiada en la cocina y el comedor. Todo estaba oscuro y en tranquilo. Como cada sábado, los chicos habían ido a la casa de los abuelos, en San Justo. Mientras que Mario, pensó, estaría borracho con los atorrantes de sus amigos.
El olor a encierro la invadió y la sacudió para arrebatarle de un tirón los últimos restos del placentero aroma a marihuana. Lentamente cruzó el ambiente y al pasar junto al sillón, se asustó. No lo había visto desde la puerta, pero allí estaba su marido recostado, con la camisa desprendida, dormido con la radio portátil apoyada en la barriga, un brazo caído en el piso y el otro sosteniendo una lata vacía de cerveza.
Azucena se paralizó. Lo miró unos segundos y sintió ganas de pegarle, gritarle, decirle muchas barbaridades. Hasta tuvo ganas de matarlo. Pero se contuvo. “Para qué meterme en quilombos por este hijo de puta”, se preguntó.
De pronto, su marido abrió los ojos.
- ¿Qué haces ahí? ¿No hiciste la comida todavía? –protestó el hombre.
Azucena tenía la mirada perdida en algún lugar de la habitación y parecía tambalearse suavemente hacia los costados, rebotando contra la nada.
- ¿Che? ¿No hablas ahora? –insistió él, completamente borracho.
A ella las palabras le sonaban tan lejanas como antes habían sido las de Gladys. Aunque en esta oportunidad, el sonido de la voz de Mario le molestaba horriblemente.
- Dale inútil, andá y hace algo rápido de morfar, querés. No molestes acá -el enorme cuerpo giró sobre sí mismo y se acomodó otra vez en el sofá.
Azucena no lo pensó más. Salió corriendo para la pieza, sacó algo de ropa del armario y cinco minutos después estaba de camino, otra vez, hacia la casa de Gladys.
- ¿Qué hacés con eso? -se sorprendió la dueña de casa cuando vio a su amiga con el bolso.
- Me dijo que me no lo moleste y me vine para acá. ¡Tuve miedo Gladys! Creí que agarraba un cuchillo y lo mataba ahí mismo.
- ¡Ay, nena! No seas exagerada, queres. Me parece que el fasito te pegó mal a vos.
- No me siento bien, es cierto... -dijo Azucena antes de caer en los brazos de Gladys, que la sostuvo como pudo y la llevó a su habitación.
Un rato después le trajo un vaso con agua. Azucena no estaba desquiciada, aunque era obvio que necesitaba descansar. Por eso Gladys le alcanzó un frasco con pastillas y se apuró a decir:
- Podes tomártelas todas y ya sabes lo que pasa. O podes ponerte una minifalda, pintarte un poco y venirte esta noche a la calle conmigo.