lunes, 26 de julio de 2010

La muerte del Fútbol – Reflexiones post Mundial 2010



El fútbol murió. Ese deporte que conocimos y nos apasionaba, desapareció. Ya no queda ni para “mendigar una linda jugada por el mundo” como dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Unos meses atrás, quizás el FC Barcelona nos hizo creer que no todo estaba perdido; aunque ahora parece más un espejismo que un oasis, en el desierto de la mediocridad.
Porque lo que se juega hoy, definitivamente, no es fútbol. Si hasta el mismísimo Brasil abandonó su “Jogo Bonito”. Ni que decir de las gambetas endiabladas del Río de la Plata.
Eso que se juega en los estadios ahora, es otra cosa. Es un deporte duro, esquemático, rudimentario, sostenido en lo físico y apoyado en amarretas estrategias de pizarrón. Llamémosle “fut-drez” o “rug-bol”. Pero nunca fútbol. Es el jugar a no jugar. Porque a eso apuestan los equipos: Se preocupan de que el rival no juegue. Y se olvidan de disfrutar para maravillar.
Y así, señores, matamos al fútbol. Por no cuidar a los habilidosos, ahora abundan rústicos, maratonistas y físico culturistas. Este mal llamado fútbol de hoy, nada tiene que ver con el asombro, la emoción y la sorpresa de otros tiempos.
Nada queda de aquella famosa “dinámica de lo impensado”. Se escatima una pared en pos de una falta táctica. Se posterga al 10 creador de ilusiones, para alinear un doble 5 destructivo.
Todo es previsible y estudiado. Todo se resume al cálculo y a la avaricia. Todo, señores, aburre dentro de una cancha… Y encima, quieren poner “tecnología” para “impartir justicia”.
Ya dejamos que asesinen ese deporte imprevisible que nos divertía como ninguno. Ahora, tal vez, permitiremos que los mundiales se jueguen en una Play Station.
Y ahí, listo. Cierren los estadios, apaguen la música de las tribunas y entierren la pasión. Total... El fútbol ya murió.

Faccia Bruta



Algunas crónicas de los diarios italianos de principios del 1900 ya mencionaban su brutal forma de matar. Pero eso, por estas tierras, recién se supo muchos años después, cuando la policía lo atrapó antes de robar el Banco Metropolitano, en 1929. 
Hasta ese entonces, ni la prensa ni las autoridades habían establecido vínculo alguno entre los hechos ocurridos en la vieja Europa y los que sacudían la cansina tranquilidad de la pampa argentina. Los métodos eran los mismos y los resultados también, pero nadie -o casi- conocía al autor. Tal vez, ninguno sobrevivía para describirlo.
Los periódicos de la península europea hablaban de “il macellaio”, mientras que tiempo después, los periodistas argentinos adoptarían el término “Carancho” para referirse a la misma retorcida mente criminal. Mucha sangre, cuerpos irreconocibles y una interminable cantidad de puñaladas eran su marca. Parecía que mataba por placer.
“Otro golpe sangriento del Carancho”, remarcaban los grandes títulos a cinco columnas de los matutinos. 
Por cierto, nunca quedó muy claro de dónde provenía ese apodo. Aunque si uno profundizaba en el tema, descubría que había otra gente, unos pocos inmigrantes que vivían en zonas desoladas del interior del país, que también lo llamaban “Faccia Bruta”. Eran aquellos con los que había cruzado el Atlántico, escondido en algún barco de carga. Ellos sabían en realidad quién era Pietro Giovanni Dellamata.
Los asaltos del perturbado personaje habían cautivado la atención de los periodistas, intrigados por tan sanguinario comportamiento. El mismísimo Departamento Central de Policía, que hasta el 15 de agosto de 1929 no había sospechado quién era “Faccia Bruta”, se enroscaba en furiosas discusiones imaginando la identidad del criminal que llevaba más de 5 años robando y matando sin piedad.
La relación con el crimen de ese italiano proveniente de Sicilia había comenzado mucho antes de pisar suelo americano. Algunos sostienen que cuando llegó a la Argentina intentó reformarse y consiguió un trabajo como sereno en un edificio de la calle Moreno. El lugar servía de aguantadero para un grupo de anarquistas españoles que se reunían ahí para planificar sus “manifestaciones”.
Pasó poco tiempo hasta que Pietro se relacionó con los revolucionarios y, a los 3 meses de vivir en Buenos Aires, ya había “reventado” un par de Comités y tajeado a 4 personas. De momento, justificado por fines políticos.
Aunque Pietro lo hacía por placer, para sentir esa sensación de éxtasis y poder que le producía cortar a su víctima hasta dejarla desfigurada. Claro, también lo hacía por dinero. No estaba acostumbrado a vivir con el mísero sueldo de sereno porque, además de matar, le gustaba mucho la bebida y la buena vida de los prostíbulos de La Boca.
En esos tugurios, justamente, era donde abrazaba todas sus pasiones y lujurias. Podía estar besándose con alguna criolla tetona y, dos segundos más tarde, asesinando a algún perejil que le había mirado de reojo a la mina. Ahí, al resguardo de lo clandestino, ni debía esconder el placer que le generaba atravesar con un cuchillo a una persona. Después se tomaba un vaso de caña y volvía con la puta, sonriendo como un chico que hizo una travesura y sabe que su mamá no lo regañará.
La historia de Pietro la descubrí por casualidad hace unos años, mientras hojeaba unos viejos ejemplares de La Nación en la Hemeroteca del Congreso. No había mucha información. Sus andanzas concluían en la edición del 16 de agosto del `29, el día siguiente a que lo atrapara la policía. Esa crónica relataba cómo unos 35 oficiales irrumpieron en un conventillo de Barracas y sorprendieron al “malviviente”, gracias a una denuncia anónima, en una situación “bastante comprometedora”. No pude indagar aún cuál era esa situación y cuán comprometedora. O para quién.
Lo cierto es que ahí nomás le pusieron los grilletes y quedó a disposición del Juez, según declara en el artículo el Comisario Rafael Nieto. Nada más. 
No hay crónicas que mencionen algo sobre la sentencia, cuándo lo juzgaron, dónde lo encerraron o cuál fue esa extraña situación en la que lo sorprendieron. Como un fantasma, Pietro dejó de aparecer en la prensa y su leyenda se borró como las huellas en la arena junto al mar. Como sucede habitualmente, al caer el asesino, nuevos crímenes y sucesos habrán captado enseguida la tención del público y el interés de los medios.
Desde entonces, cada vez que por algún motivo laboral repaso viejas crónicas policiales de los diarios, presto especial atención por si aparece algo al respecto que se me haya escapado. Y hace unos días, revisando otras secciones de una edición de La Prensa, me topé con el final de la historia. En un amarillento ejemplar del 27 de julio de 1952, descubrí su obituario:

P. G. Dellamata (1894-1952). Con profundo pesar y tristeza participamos que el día 26 de julio de 1952 falleció Pietro Giovanni Dellamata, dedicado padre y esposo, inspirador ejemplo cívico. Su partida deja un vacío imposible de llenar, pero nos queda el legado de su obra que, sin duda, continuaremos sus numerosos discípulos en todo el mundo.

Estaba muy claro ahora por qué la muerte de semejante criminal había pasado inadvertida en aquellos agitados días. El Carancho, Faccia Bruta o il macellaio, murió el mismo día que Eva Duarte de Perón.
A pesar de la íntima y ridícula satisfacción que me provocó ponerle un final a la historia de vida de este personaje, un extraño escalofrío me recorrió la espalda: Había personas en este mundo que no sólo lo recordaron y homenajearon, sino que lo admiraban y continuarían su obra.