martes, 29 de marzo de 2011

OPERACIÓN “GAROTO NOVO”: Otra misión del Agente Beltrán (5)


(Cinco)

Después de aquél encuentro con Álzaga Quintana, Beltrán reunió finalmente a sus intrépidos hombres para detallar lo que les esperaba en las próximas semanas. Sin embargo, había quedado resentido por el intercambio de palabras con su superior. Rendirle cuentas al jefe no estaba entre sus acciones favoritas, nunca lo estaría, y por más que intentó ampararse en el secreto profesional y la discreción solicitada por el Presidente, al final terminó cediendo. Por más viejo que sea, seguía siendo U.N.O. y todavía le tenía algún respeto. O temor. No era muy clara la diferencia.

Lo cierto es que en los días siguientes las cosas se precipitaron. Bastante, diría alguien más observador. Los planes ideados por Beltrán para hacerse con la fórmula secreta o, al menos, convencer al empresario para que cambie sus intenciones, fracasaron uno tras otro. La presión desde la casa de Gobierno se hacía sentir y Beltrán no podía disimular su mal humor, lo que derivaba en un permanente maltrato a los suyos, con la ira de quien observa el ocaso de su carrera al final de la semana.
Beltrán tenía presente que un nuevo paso en falso sería catastrófico para él y sus planes de ascenso en la S.I.A. El último operativo había sido, por lo menos, bochornoso. Durante unas escuchas telefónicas -por culpa de la mala recepción o por usar aparatos de baja calidad- el Chúcaro confundió la palabra "metrosexual" con "homosexual" y todo el plan ideado a partir de ese dato fue directamente al fracaso.
Con la información de la supuesta orientación sexual hacia los hombres, el grupo organizó la manera de que Cristóbal -transformado en un delicado y seductor gay porteño- se acercara al empresario en búsqueda de un nuevo amor. Todo terminó con los guardaespaldas del empresario sacando a golpes a Cristóbal, quién en un intento desesperado intentó besar al empresario durante la gala de una cena a beneficio. Los paparazzi, por supuesto, agradecidos con la divertida escena. Pero Beltrán estuvo 3 días sin dirigirle la palabra al Chúcaro y se cansó de darle patadas en el culo cada vez que lo cruzaba en el pasillo. “Una vez más, un verdadero papelón lo suyo”, fueron las escuetas y dolorosas palabras que U.N.O. dispensó al agente después del fallido operativo.
Las gestiones con la Central de Inteligencia Brasilera tampoco arrojaron resultados positivos y las fuentes en la Embajada, poco aportaron.
- ¡Brasileros de mierda! -se escuchaba decir a Beltrán por los pasillos de la SIA- ¡Tienen 5 mundiales y encima pretenden quedarse con el dulce de leche! ¿Qué más quieren? ¿Las Malvinas? ¡La puta que lo pario!

Los tiempos se acortaban y Beltrán sabía que, aunque le costara, no podía obviar ninguna alternativa dentro de la Agencia que le permitiera alcanzar el éxito de la misión. Por eso, ya sin una pizca de dignidad, hizo de tripas corazón y recurrió al único Agente que evitaba a toda costa, el único que podía hacerle sombra en la carrera por ocupar el cargo máximo de la SIA.
- Chúcaro, anda a la oficina de Operativos Internacionales, velo de mi parte a Bartolomeo y preguntale si los brasucas andan en algo raro. -La orden dejaba entrever la desesperación del Jefe que ya no sabía cómo buscar algún dato que lo ayude en su investigación.
Al rato, el Chúcaro volvió agitado a la oficina: “Dice Bartolomeo que interceptaron unos mails de la embajada al Ministerio de Industria en San Pablo, porque están por sacar una golosina nueva que quieren difundir acá. Pero por alguna extraña razón todo se mantiene bajo siete llaves, en el más estricto secreto. ¡Ah! Me dijo también que le diga que esta colaboración no le iba a salir barato”.
La hecatombe. El final. El apocalipsis bíblico no hubiera sido más duro que esta noticia. No sólo estaba en deuda ahora con Bartolomeo, sino que se confirmaba la sospecha del Presidente.
No obstante, después de meditar algunos segundos, una luz de esperanza apareció en el rostro del Agente. Tanto hermetismo sólo podía significar que no pudieron hacerse aún con la fórmula definitiva. ¡Todavía quedaba una oportunidad!
Sin embargo, algo peor estaba por suceder. Mientras procesaba las novedades que el Chúcaro había conseguido en la Oficina de Operativos Internacionales, y disfrutaba de un instante de ilusión, su teléfono móvil -el personal- comenzó a vibrar.
- ¿Qué pasa? -atendió el agente entre preocupado y apurado.
- ¡Hola, mi vida! ¿Estás ocupado? Quería avisarte que al nene se le cayó un diente, así que trae cambio esta noche para “el ratón Pérez”…
- ¿Pasó algo grave, Cora? ¿Por qué me llamas por pelotudes? ¡Te dije que este número era para emergencias! -gritó furioso el agente, alejándose el celular del oído y agarrándolo con ambas manos.
- Mario, acordate lo que dijo la psicóloga. Tenés que aprender a ser más tolerante con la familia y si Luisito llora por un diente…
- ¡No me rompas las pelotas con boludeces que ahora no puedo hablar! -dijo ahora en voz baja, pero tan exaltado como antes.
- ¿No podes hablar, eh? ¿Cómo cuando estabas en el hotel con la putita de tu secretaria? Estas con ella ahora ¿no? Sabes qué, ya mismo agarro a los chicos y me voy a casa de mamá. ¡Chau!
Así de impulsiva era la esposa de Mario Beltrán. Y tan intempestivamente como llamó, decidió terminar la comunicación. El Agente quedó con otra puteada en la punta de la lengua pero no tuvo tiempo de soltarla y, por eso, se la agarró con el sorprendido Chúcaro.
- ¿Se puede saber qué carajo miras? ¡Ponete a trabajar ya mismo!
El Chúcaro salió a los tropezones, aunque no tenía muy claro qué debía hacer. Pero su jefe estaba con los cables cruzados y en ese caso era mejor estar lo más lejos posible.
Ya en la soledad de su tranquila oficina, Beltrán reflexionaba ahora sobre el tema trascendental de su vida: “¿Por qué mierda me casé con esta loca?”.


 

martes, 22 de marzo de 2011

OPERACIÓN “GAROTO NOVO”: Otra misión del Agente Beltrán (4)


(Cuatro)
En el mismísimo instante en que Beltrán, más tenso y nervioso que nunca, se disponía a relatar la nueva misión a sus hombres, la doble puerta de vidrio del pasillo se abrió nuevamente y una figura imponente, pulcra y estirada se materializó a través de ella.
Se trataba -ni más ni menos- que del Director General de la S.I.A., Don Celso Bernabé Álzaga de Quintana que, a paso firme y acelerado, se arrimó a la mesa de reunión donde Beltrán y sus hombres quedaron petrificados. Sin demasiadas vueltas, el "capo" máximo interrogó con autoridad:
- Archivaldo… ¿Qué fue esa reunión con el Presidente, m´hijito?
La voz gruesa y monocorde del mandamás no alcanzó a disimular la furia y el enojo por quedarse afuera de semejante cenáculo. Antes que a una pregunta informativa, se pareció más a una inquisidora interpelación.
A estas alturas, no hace falta aclarar que el señor Álzaga de Quintana era uno de los pocos que aún podía referirse a Beltrán con el antiguo y denigrante apodo proveniente de épocas inexpertas. En parte, por ser el más viejo del edificio y, otro tanto, porque con ese detalle sentía que humillaba y ponía en su lugar a Beltrán, demostrándole quién mandaba en la Agencia. Y Don Celso Bernabé gustaba en demasía de maltratar al Director de Espionaje Internacional. Por supuesto, a su vez, esto  irritaba especialmente a Beltrán, sobre todo cuando Don Celso Bernabé le respondía con la despectiva e irrefutable frase: “Archivaldo… No me venga con boludeces que yo a usted lo conozco de pichón”.
La expresión “¡Qué viejo hijo de puta! se había convertido en la puteada preferida del Agente. A tal punto lo afectaba todo esto que, durante algún tiempo, Beltrán tuvo un sueño recurrente. Entraba en la oficina del Jefe Supremo de la S.I.A y, justo cuando éste empezaba a llamarlo Archivaldo, el Agente desenfundaba su Astra 44 RM y le bajaba el tambor completo: ¡Calibre 44 Remington Magnum, dedicado para la ocasión!, se decía mientras soplaba el humo del cañon del revólver, imitando a los cowboys de las películas...
Desde entonces, cada vez que se cruzaba con su Jefe intentaba como terapia relajante revivir ese esperanzador sueño. Esta vez no fue la excepción y, como tantas otras, no lo relajó.
De cualquier manera, después del insólito pedido del Presidente, la relación con el “Viejo” ni se acercaba a una de sus mayores preocupaciones. Aunque, sacarse de encima al dinosaurio que llevaba 25 años al frente de la Agencia, siempre estaba en el podio de sus inconvenientes más urgentes. Es que Don Celso Bernabé Álzaga de Quintana estaba en la S.I.A. desde… ¡Siempre!
Incluso cuando Beltrán ingreso, el Viejo ya era el U.N.O. (Unidad Necesaria Operativa), sigla con la que se demostraba que el Director de la Agencia era el único indispensable para su funcionamiento. Los demás, complementos prescindibles, desechables y reemplazables. Según su nombre en clave, Álzaga de Quintana era simplemente “UNO”, a secas, como para acrecentar aún más la gigantesca estampa del Director de la Agencia. Posición que, justamente ahora, veía amenazada por la reunión de Beltrán.
Si bien al señor Álzaga de Quintana, a punto de jubilarse, le interesaba bien poco la realidad nacional, el más intrascendente episodio ocurrido en "SU" edificio, con "SUS" empleados, se transformaba de inmediato en "SU" tema. Y que Archivaldo tenga reuniones en la Casa de Gobierno sin informarle, era algo que Don Celso Bernabé no estaba dispuesto a permitir.


martes, 15 de marzo de 2011

OPERACIÓN “GAROTO NOVO”: Otra misión del Agente Beltrán (3)


(Tres)
Ni siquiera la monótona música ambiente del ascensor lo distrajo de sus pensamientos. Al llegar al 4º piso, Beltrán debía enfrentarse a sus subalternos y explicarles la nueva misión. Peor aún, tenía que cumplirla rápidamente y, como si fuera poco, con éxito. ¡Eso sí sería toda una novedad para el grupo!
Ahora se reprochaba por no haber tomado aquelTaller de Motivación y Liderazgo” que le habían pagado en Bariloche. Pero enseguida se acordó de la causa de su ausencia y una sonrisa ganadora se le dibujó en la cara. Aquella vez, de camino al auditorio donde se impartía el curso, Beltrán se detuvo en el bar del hotel para pedir un vaso de agua y, sentada al otro lado de la barra, descubrió a una imponente turista brasilera que lo miró, según la dudosa percepción del Agente, con “demasiada atención”.
Al instante, Beltrán dejó de lado el curso, se olvidó de su esposa y hasta minimizó el detalle de la barrera idiomática cuando intentó comunicarse. “Estou aquí pra encontrar uma pendiente larga pra esquiar”, le aclaró ella en un esforzado portuñol. “Yo te voy a dar a vos pendiente larga, garota”, dijo él entre dientes, disimulando la pícara mueca de sus labios.
Sin embargo, de ese encuentro sólo le quedó otra paradoja de esas que solía contar a la psicóloga de la Agencia: Como otras tantas veces, Beltrán se quedó sin el Taller de Motivación que tanta falta le hacía para esta misión y, obviamente, también perdió a la brasilera que, un rato después, lo dejó hablando sólo en la barra.
“Ahora también me vendría bien un buen polvo”, reflexionó en el ascensor, durante la lenta marcha hasta el 4º piso.
La promesa de un aumento de 100 pesos y un viaje con media pensión a Mar del Tuyú le pareció poco para incentivar a los suyos pero, de cualquier manera, no encontró más alternativas. Así que, después de atravesar la puerta de vidrio y encararse con sus fieles escuderos, Beltrán impostó su mejor voz de confianza:
- Muchachos… Me crucé a charlar unas cositas con el Presidente y aproveché para pedirle un reconocimiento para ustedes, que se lo tienen bien merecido -arrancó ante la incierta mirada de sus ayudantes.
- ¡Grande Jefe! ¡Se la jugó! -estalló entre aplausos la gruesa voz de Cristóbal.
- ¡No, no, no! Ustedes dos deberían tener una plaqueta en la puerta de este edificio, muchachos, son el orgullo de la Agencia -agregó lanzado ya hacia la descarada exageración-. Y el Presi lo sabe, che, por eso no sólo aceptó, sino que me pidió que les mande saludos personalmente. Peeeero… ¡Además le saqué 100 pesos y un viaje a la playa para cada uno!
Los dos inocentes Agentes se miraron entre satisfechos, orgullosos y extrañados por las palabras de su Jefe. De todas formas, se aplaudieron y se felicitaron con apretones de mano y palmaditas en los hombros, ante la incredulidad del resto del personal que pululaba cerca de la grotesca escena.
- Pero antes -siguió Beltrán, más cauteloso-, me pidió si podíamos hacerle un pequeño favor personal. Una misión extremadamente confidencial y trascendental para los destinos de esta gran Nación.
Cristóbal y el Chúcaro dejaron los saludos de lado y, asintiendo lentamente con la cabeza, se dispusieron a escuchar al Director de Espionaje Internacional.
Inesperada, imprevista y milagrosamente, se ponía en marcha la “Operación Garoto Novo”.

martes, 8 de marzo de 2011

OPERACIÓN “GAROTO NOVO”: Otra misión del Agente Beltrán (2)

(Dos)
El Agente Mario Beltrán dejó la casa de gobierno por una puerta lateral que sólo unos pocos conocen. Afuera, la humedad del verano lo sofocó al instante. Mientras se aflojaba el nudo de la corbata, con paso acelerado rumbo a la reja, saludó a uno de los guardias de la seguridad presidencial que, obviamente, ni lo miró ni le devolvió el saludo.
“Paradojas del mundo del espionaje: Uno puede ser el salvador del país al evitar un atentado, pero el pueblo ni conoce a sus verdaderos héroes anónimos”. Algunas veces, Beltrán meditaba sobre estas cuestiones en la aburrida soledad de cualquier vigilancia, aunque llegado a este punto del razonamiento, algo profundo y complicado, optaba por dejarlo y seguir con lo que estaba haciendo. “Para qué responder a enigmas filosófico trascendentales”, se sorprendió una vez diciéndole a la psicóloga de la Agencia, durante una evaluación de rutina. En esa sesión, la doctora escribió varias hojas de su libreta y despertó no sólo el asombro del agente, sino su maligna curiosidad: “El sábado a la noche le hago reventar la oficina a ésta, a ver qué carajo escribe de mí”, registró en su memoria.
En esos recuerdos andaba Marito Beltrán cuando, sin darse cuenta, llegó al insípido edificio de la S.I.A. Internamente, a la organización se la llamaba de diferentes formas. Los nombres más comunes eran “la fábrica” o “la agencia”. Sin embargo, no faltaban los “sediciosos” que se referían al misterioso edificio como “la guarida”, “el prostíbulo”, “el aguantadero”, “el cuchitril” o, descaradamente, “el antro”. Pero desde que Beltrán había subido en la escala de poder, tanto como para imponer algunos de sus gustos, instituyó un nuevo apodo a la Central de la S.I.A. Con un corte más popular, le gustaba referirse al edificio como “la panadería”: Si te traían hasta ahí, estabas al horno; y, desde adentro, se cocinaba todo. Esa era la simple y extraña explicación que daba al principio. Después ya nadie se interesaba por el significado y como muchas cosas en estas tierras, por insistencia o interés de superiores, se terminó imponiendo sin más.
En el cuarto piso de “la panadería” estaba su bunker y allí, precisamente, lo esperaba su equipo para conocer los detalles del encuentro con el Presidente. Las oficinas de la cuarta planta, a su vez, podían ser descriptas sucintamente como… "Exactas": No le sobraba ni le faltaba nada, a excepción quizás de... ¡Buen gusto! En sus paredes alternaban desde pizarras con detalles de las misiones, hasta horarios del comedor y algún poster central de revista de hombres.
Unos escritorios antiguos, con sus respectivas sillas de caña, se desparramaban por aquí y por allá sin el más mínimo sentido. En los rincones abundaban archiveros de chapa, remanentes de las primeras décadas del siglo XX y, en el centro de la escena, predominaba una larga mesa de fórmica que servía para organizar operaciones o para comer.
Solamente había 2 o 3 computadoras, con monitores enormes de color beige y CPU´s pegadas con cinta adhesiva. Para rematar el paisaje, los tubos de luz celeste que apenas colgaban del techo le daban al lugar el toque justo de cualquier dependencia del Estado. Eso sí, en cada escritorio, en la mesa central y hasta sobre algunos archiveros, unos objetos se repetían obligatoria e incondicionalmente. No eran armas ni micrófonos. Se trataba de los símbolos patrios por excelencia: Termo y mate.
Distribuidos en semejante escenografía, los hombres más cercanos a Beltrán -su “guardia blanca”, sus “ángeles de la guarda”- pasaban los minutos a la espera del jefe. Y lo hacían de la mejor manera que sabían: ¡Boludeando!
Pero quién iba a decirles algo. Ellos eran los fieles escuderos del Director de Espionaje Internacional. Uno, su mano derecha y el otro, la izquierda. Y nunca mejor usada la simbología, porque los dos se la pasaban discutiendo, enfrentados y culpándose mutuamente por los errores. Propiamente, como la izquierda y la derecha política. Uno, “el Chúcaro”, justo terminaba de sufrir una nueva derrota al solitario. El otro, "Cristobalito”, exprimía las últimas gotas del termo para cebarse un amargo más.
A esta altura no habría que aclararlo siquiera, pero como nunca faltan distraídos, tal vez valga la pena recordar que en el ambiente de los agentes secretos nadie usa su verdadero nombre. Incluso, se rumorea que Mario Beltrán no se llama así realmente, pero ya nadie se anima ahora a llamarlo por el apodo que lo catapultó a la cima: "Archivaldo". Así lo bautizó su primer jefe luego de tenerlo 2 meses organizando memorándums, facturas y recibos en el archivo. De ahí, seguro, que el agente prefiera que lo llamen Beltrán.
Por supuesto, también sus ayudantes llevan seudónimos. Al Chúcaro, el apodo le cayó porque siempre le tocaba “bailar” y, casi siempre, con la más fea. Era el encargado de conseguir todo lo necesario para los operativos y, aunque zapateara de lo lindo entre quejas y protestas, nunca le llevaban el apunte. En uno de esos ataques de pataleo, alguien muy “folklórico” lo sentenció: “Calmate, Chúcaro, y conseguí todo o te rompo el alma a patadas en el culo”. Categórico y definitivo. De una amenaza para la posteridad. A Cristóbal, en cambio, nadie le conocía el origen del sobrenombre. Tampoco se preocupaban por averiguarlo: No sea cosa que el grandote se incomode, decían. Porque “Cristobalito”, como le decía Beltrán con cariño, era un oso de 1.95 y 120 kilos que tenía como arma favorita la fuerza de sus brazos.
Unos segundos después de entrar al edificio, el Agente Mario Beltrán -Director de Espionaje Internacional de la S.I.A.- se encontraba frente a uno de los ascensores. En su rostro se adivinaba una gran preocupación: “Cómo hago para que estos inútiles me dejen bien parado delante del Presi”, analizaba.

martes, 1 de marzo de 2011

OPERACIÓN “GAROTO NOVO”: Otra misión del Agente Beltrán

(UNO)
Cuando entró a trabajar en los servicios secretos del Estado, ni se imaginó hasta dónde iba a llegar, menos aún que el mismísimo Presidente de la Nación lo convocaría a una reunión en la casa de Gobierno para encargarle una delicada misión.
Casi 25 años atrás, directo desde la Escuela Técnica N° 6 y gracias al contacto de un tío, Mario Beltrán había ingresado como ayudante en el Departamento de Tecnología de la S.I.A. (Servicios de Inteligencia Argentina). Allí se compraban, seleccionaban y reparaban todos los equipos usados para espiar, escuchar y realizar cualquier operativo de espionaje a cargo de los agentes secretos. Por aquellos años era aún un sector oscuro, apartado y casi olvidado en la entidad pero que, gracias al vertiginoso avance de la tecnología, se había convertido en un área estratégica dentro del organismo. Y él, con algo de paciencia y mucho de astucia, se transformó en el “capo de las maquinas” como lo conocieron los jefes y los subordinados. Y lo respetaban, unos y otros. A los primeros, se los ganó a fuerza de laburo y, también es cierto, con algo de alcahuetería. Para los segundos, en cambio, tuvo que usar la falsa simpatía y el humor. Al principio, nomás, porque una vez que empezó a escalar posiciones, el rigor y la mano dura se convirtieron en su marca registrada. Menos con su equipo de colaboradores más cercano. A esos los cuidaba, no sea cosa que lo traicionaran.
La cuestión es que Mario Beltrán dejó el guardapolvo gris del cuartito de reparaciones al año de entrar a laburar y, desde entonces, pasó por la jefatura del sector y la gerencia del departamento hasta llegar a un puesto clave, donde se juró permanecer hasta el final: La Dirección de Espionaje Internacional (DEI).
Muchos se preguntaron a través de los años como un técnico electromecánico que apenas balbucea un “hello” en inglés podía estar al frente de una oficina internacional y la verdad es que aún no apareció una respuesta consistente. Aunque, puertas adentro, todos sabían los motivos reales y las técnicas de Mario para lograr sus objetivos. En esos niveles del poder, nada cuenta más que, precisamente, cumplir con lo que se pide sin importar el camino para lograrlo. En eso, nadie lo niega, Beltrán se volvió un especialista.
También a causa de sus “métodos” logró, justamente, el respeto de todos. Hasta del mismo Presidente que, conocedor en detalle de su currículum, lo había mandado a buscar esa tarde a su oficina para tratar personalmente un tema de extrema trascendencia para la Nación. Así le dijo el Ministro que lo convocó: “Venite ya que el Presi quiere verte urgente para tratar un tema delicadísimo que sólo quiere hablar con vos”.
Nunca se imaginó llegar a esa situación. Cuando le cuente a su mujer lo que estaba pasando se iba a hinchar tanto de orgullo que no le iban a entrar ni los ruleros, pensaba Beltrán con muy escaso dominio de las metáforas comparativas.
Es que para un “cabezón ignorante” como él -así lo llamaba maliciosamente su padre durante la adolescencia-, proveniente de un suburbio bonaerense como Tapiales y con el colegio secundario cumplido a duras penas, parecía sencillamente imposible que el propio Presidente lo convocara para cualquier cosa. Menos todavía para tratar un tema… ¿Cómo mierda habían dicho? ¡Ah sí! De extrema trascendencia para la Nación.
¡Qué lo re parió! Si hasta ya se veía en la ceremonia íntima, propia de los servicios secretos, recibiendo la Medalla al Mérito de manos del primer mandatario. ¡Cómo se iba a poner Mabel cuando le cuente! Aunque pensándolo bien, tal vez era mejor no contarle todavía, no sea cosa que la gorda lo suelte sin querer en la peluquería, como pasó con el caso aquel del cargamento ilegal de supositorios adulterados proveniente de Bangkok. ¡Con lo que le había costado aprender dónde quedaba Bangkok! ¿Qué carajo iba a conocer él una ciudad de Holanda? Estos gringos, también, le van a poner el nombre de su pintor más famoso a la capital del país. ¡Hay que ser pelotudos! Sí, mejor no decirle nada todavía a su esposa.
En esos pensamientos estaba envuelto el destacado Director de Espionaje Internacional mientras esperaba, afuera del despacho presidencial, a que lo hicieran pasar a la reunión de emergencia. Aprovechó para mirarse en el vidrio de un cuadro por última vez y se acomodó el nudo de su corbata de seda italiana comprada en el último viaje a Miami. Pocos segundos después, la puerta principal se abrió y la voz fría del Ministro de Defensa lo invitó a entrar.
- Pase Beltrán, lo estábamos esperando- dijo. Y Marito se sintió como Bochini en México ´86 cuando entró por Maradona para jugar aunque sea un minuto en un mundial de fútbol.
Cabeza en alto, el saco prolijamente abrochado por el segundo botón y los brazos firmes al costado del cuerpo, Beltrán avanzó directo hasta quedar frente al Presidente que, rodeado de 3 o 4 asesores, lo observaba con impaciencia.
- Señor Presidente, es un honor… -arrancó Marito, estirando la mano hacia el mandatario. Pero la cosa venía jodida parece y el hombre no estaba para formalidades.
- Déjese de boludeces, Beltrán.
Y Beltrán, fiel al estilo que lo había catapultado hasta su puesto actual, se dejó de boludeces y guardó silencio, atento a las palabras que salieron de inmediato de boca de un oscuro secretario sentado en una silla del rincón.
- Mire Beltrán -explicó la voz-, lo mandamos traer porque tenemos una información relacionada con una operación de Brasil que ataca directamente al corazón de nuestra Nación. Y como usted está al frente de la DEI queríamos que nos ponga al tanto de lo que ha podido investigar al respecto. Porque damos por descontado que esto usted ya lo sabría. Por favor, pónganos al tanto de la “Operación Garoto Novo”.
Las palabras del anónimo secretario sonaron tan lejanas a Mario como la distancia que existe entre Polo Norte y Sur. Sin embargo, preparado habitualmente para este tipo de situaciones, respondió con tono tranquilo y seguro de sí mismo.
- Si me disculpan, señores, para mí sería mucho más expeditivo que primero me contaran Ustedes que es lo que saben así luego podré completar simplemente los blancos que tengan en su versión de los hechos.
Práctico. Directo. Hábil para dar vueltas las cosas, Marito desabrochó su saco para sentarse en el sillón de un cuerpo, junto a la lámpara de pie. No sin antes, claro, pedir permiso al Presidente con un delicado movimiento de cabeza.
- Tiene razón, tiene razón -se apuró en señalar el Ministro de Defensa, que agregó-. Si su excelencia me lo permite, puedo hacer una breve descripción de los hechos para el señor Beltrán.
- Proceda Urrutia, no perdamos más tiempo en debates -bramó el mandatario, recostándose en la butaca de Rivadavia. Y Urrutia, uno de los "lameculos" más destacados del Gabinete, procedió ante la curiosa pero disimulada mirada de Beltrán.
- Mario, necesitamos sus recursos y conocimientos para encontrar al hijo de puta que está por cometer el mayor acto de traición a la patria de los últimos 300 años de historia nacional -sentenció indignado el Ministro, demostrando además que de historia Argentina sabía poco y nada. O bien, que no le importaba un carajo-.
- ¡No sea boludo Urrutia! ¡Nuestra patria tiene 200 años de historia nomás! ¿Por qué mejor no se limita a lo que se le pidió? ¿No ve que la caga cuando habla de más? -el comentario del Presidente sonó tan implacable como el ruido de rotas cadenas. Y entonces, Urrutia, siguió.
- Usted sabe Beltrán que nuestro país tiene un símbolo que lo representa y lo hace único en todo el mundo. No estoy hablando del tango, ni el colectivo, ni la birome. No. Me refiero a eso que nos identifica como argentinos. Y usted también sabe que nuestro país cuenta con un solo empresario capaz de producir ese bien tan preciado. Ese mismo mercenario que guarda su fórmula bajo siete llaves, con más recelo que la receta de la Coca. De la gaseosa quiero decir, no de la otra. Resulta que hace unos meses, ese destacado ejecutivo solicitó un favor algo personal a nuestro Presidente quien, con mucha sabiduría, se lo denegó. Se imaginará el ataque de cólera que invadió al empresario. Tanto así que, preso de la furia, amenazó con irse del país y llevarse consigo su producto. Nuestro símbolo en el mundo.
Mario seguía atento el relato del Ministro sobre el cual, sin dudas, no tenía la más mínima noticia o registro alguno. Cuando volviera a su oficina se iba a encargar de tomar las medidas correspondientes con sus inútiles subordinados.
- Hace unas semanas -retomó Urrutia-, nos llegó un mensaje cifrado de nuestra Embajada en Brasil que alertaba de un inusual encuentro entre dicho empresario y el Ministro de la Producción del país vecino. De inmediato, el peor escenario posible se materializó ante nosotros. Ese reverendo sorete traicionero no sólo se iba a llevar nuestro producto emblema, sino que se lo quería dar a los brasileros. ¿Se imagina, Beltrán? ¡Justo a esos negros caipirómanos! ¡A esos inescrupulosos y carnavalescos brasucas que todavía insisten en que Pelé no es un pedófilo! ¿Se imagina, Beltrán, si ahora encima se quedan con nuestro ícono representativo alrededor del planeta y lo convierten en propio? ¿Con qué credibilidad vamos a decir después que Diego es el Mejor del Mundo? ¿Eh?
El tipo se había puesto loco de rabia. Estaba tan ofuscado y alterado que tuvo que sentarse para recuperar el aire. En ese instante, Beltrán se temió lo peor. ¿Cómo iba a poder responder a la solicitud que le hiciera el Presidente si no tenía ni idea de lo que pasaba? Mucho menos aún de lo que tramaban los brasileños, con quienes rompió relaciones una vez que le dieron de comer Feijoada como plato principal en una reunión bilateral. ¡Y todo porque del portugués no entendía ni el menú de la cena!
Sin embargo, con la cintura política que le habían dado sus casi 25 años en el servicio de inteligencia del Estado, se puso de pie enérgicamente y, mientras se abrochaba el saco otra vez por el segundo botón, increpó a los presentes con una frase que le permitiría salir de inmediato de esa habitación.
- Señores, pídanme sin más vueltas lo que esperan de mis hombres y me pondré a trabajar en ello de inmediato.
Impecable. Contundente. Todos se miraron sorprendidos por la celeridad y seguridad que transmitía el Director de la DEI, y permanecieron en silencio unos segundos hasta que el Presidente retomó la palabra para ordenar lo que ya no podía demorarse más.
- Lo que necesitamos de usted, Beltrán, es muy sencillo. Detenga a ese traidor, antes que se reúna con los brasileros, pero no sin antes…
El mismísimo Presidente se frenó, entre dubitativo y horrorizado, ante el tenor de las palabras que estaba por pronunciar. Pero todos lo observaban ya resignados ante la inminencia de la catástrofe.
- Dígalo sin vueltas, su excelencia -insistió curioso Marito, aún en ascuas sobre el tema.
- …No sin antes conseguir, como sea, la fórmula que ese mal parido guarda escondida para la fabricación del auténtico dulce de leche.