lunes, 8 de noviembre de 2010

El circo pasó

La última vez que fui a un circo,
ya era grande. O eso creía.


El deseo de ocupar la butaca es incontrolable, cautivados tal vez por el asombro que provoca la enorme carpa de colores. Una vez adentro, los ojos no dejan de recorrer todo el lugar sin detenerse, intentando descubrir de dónde proviene el misterio que flota en el ambiente. La espera provoca ansiedad y los nervios necesitan ser calmados con el espectáculo.
Una voz gruesa, amena y rimbombante pronuncia la esperada frase: “Bienvenidos al maravilloso mundo del circo”. Por fin los sentidos dan rienda suelta a la imaginación y el encantamiento se apodera del lugar.
El maestro de ceremonias ya estableció el tácito diálogo entre público y artistas, gracias al ruidoso idioma de los aplausos. Ahora todo es inevitable. Las manos no dejarán de sonar y las miradas quedarán perplejas en ese círculo central donde se concentran las emociones.
Los rostros de los adultos se confunden con los de los niños y, en un abrir y cerrar de ojos, el encanto de la magia dejó su lugar a la tensión que provocan los equilibristas. Las escenas se suceden hasta que, por fin, todos estallan en una sola carcajada con la aparición de los desalineados payasos: Risas y más risas, de grandes y de chicos… ¿O serán todos niños, hoy?
El intervalo también forma parte de la fiesta. Ahí cobran vida los vendedores de globos y muñequitos. Es tiempo de saborear azúcar quemada o garrapiñadas, clave para que el ritual sea completo. Y no podremos irnos, de ninguna manera, sin un pequeño llavero rectangular que guardará en su interior la fotito de ese instante inolvidable.
Sin tiempo para acomodarnos, el show volvió a la pista y la atención regresa a los artistas. Malabaristas, domadores, trapecistas, magos y nuevamente los payasos. Todos son personajes de un sueño que termina, impiadoso, cuando la potente luz blanca anuncia el final de lo ficticio, de lo soñado. Una música contagiosa nos despide aconsejando el regreso que, seguramente, será pronto. Tal vez cuando “nuestro niño” pida otra noche de fantasía e ilusión.
Por el momento, el circo pasó y dejó su encanto impregnado en el aire del pequeño pueblo.