lunes, 11 de enero de 2010

Deseo de una tarde de verano


Aquel verano hizo mucho calor. Eran tiempos en que la familia aún veraneaba toda junta en alguna playa desierta del sur de la provincia. Por eso los dos hermanos, todavía niños, pasaban solos la mayor parte del tiempo a la orilla del mar. Hablando, nomás. Peleando, de a ratos. Soñando, casi siempre.
- ¿En serio me decís? ¿No me estás cargando? ¡Mirá que le digo a mamá! -desconfiaba el más pequeño.
- ¡En serio, nene! ¿Para qué te voy a mentir? -garantizaba el otro, con esa dudosa sabiduría de hermano mayor.
- Entonces... ¿Qué tengo que hacer? -se arriesgaba el chiquito.
- ¡Facilísimo! Tenés que cerrar los ojos y pensar en tu deseo justo cuando la ola te moje los pies… ¡Y listo! -aseguraba el más grande.
- ¿Nada más?
- ¿Viste? ¡Nada más! El mar se lleva tu deseo hasta que vos crezcas. Después, cuando seas grande y vuelvas a pararte acá, la ola regresa, te moja los pies y… ¡Zas! ¡Se cumple tu deseo!