martes, 10 de marzo de 2009

Tincho y Ferrutti



“Las tardecitas de Buenos Aires tiene ese que se yo, ¿viste?”

- ¿En serio me dice, Ferrutti? ¡No le puedo creer! Con lo que me gustaba cuando cantaba alguna zambita. Esa sí que era una folklorista de verdad, no como los inventos esos que salen de los programas de televisión.
- Sí, Tincho, una pena la verdad. Pero voy a discernir en algo, si me lo permite. Creo que hace mucho que la Negra Sosa dejó de hacer folklore para hacer un estilo propio, una mezcla rara de melódico con balada campera, para mí.
- ¿Le parece, Ferrutti? No soy un entendido en esas cuestiones, pero que se la va a extrañar, se la va a extrañar, ¿eh?
- Eso me recuerda, ¿sabe también a quién se lo va a extrañar, no? Piense. No, al guitarrista de Mercedes Sosa no, hombre, no sea pelotudo. ¡Al Pocho vamos a extrañar! ¿No se enteró? Sí, hombre, sí. Falleció también ayer.
- ¡Pero la gran puta, carajo! Cómo se vino a morir el Pocho si andaba hecho un violín, el tipo. Ése estaba mejor que Usted y yo juntos desde que había arrancado con eso del yoga…
La charla había arrancado como siempre, entre puteadas y noticias del barrio. Eran casi las cinco de la tarde y solamente dos o tres mesas estaban ocupadas. En una de ellas, como cada tarde desde hacía veinte años, estaban Tincho y Ferrutti. En la misma ubicación de siempre, también, contra la ventana que da a la Avenida.
El frío del atardecer obligaba a los caminantes a pasar apurados, apretados contra sus abrigos y con el cuello escondido en la bufanda. Pero ni las bajas temperaturas del invierno o las sofocantes y húmedas tardes del verano, hacían cambiar la rutina de estos dos pintorescos tertuliantes del bar “36 Billares”.
Religiosamente, a las cinco en punto, se juntaban para compartir unos pocillos de café, una ginebrita -quizás- y siempre, eso sí, interminables charlas, debates o discusiones sobre incontables temas, desde los más cotidianos y triviales hasta los más inverosímiles y sofisticados.
Tincho era el primero en llegar. Cerraba el puesto de diarios de la esquina de Tacuarí y Av. de Mayo y, lento entre la muchedumbre, arrancaba su peregrinación hasta el bar con la edición vespertina de Crónica bajo el brazo. Al entrar saludaba al mozo con un golpe de cabeza desde la puerta y se ubicaba en “su” mesa a esperar a su partenaire. Ferrutti llegaba cinco o diez minutos después y, sin más saludo que un chasquido de labios, soltaba el primer tema de discusión de la tarde. Entonces se sentaba haciendo un poco de ruido con la silla y, luego, con un leve movimiento de cuello hacia la izquierda, le gritaba al mozo: “Lo de siempre, José”.
Esa tarde el primer comentario fue sobre la muerte de la cantante Mercedes Sosa, pero después se dejaron llevar por la tragedia del Pocho, un antiguo tertuliano del bar. Las primeras luces de la avenida anunciaban la llegada temprana de la noche invernal y Tincho y Ferruti miraban por la ventana como la gente se apuraba para llegar a sus casas. Ellos todavía tenían un largo temario a recorrer.