lunes, 7 de diciembre de 2009

El Molino abandonado

Desde 1997, el Café del Molino, en Callao y Rivadavia, se encuentra en estado de abandono. Ahora me enteré que por iniciativa de una legisladora porteña se busca la expropiación del edificio para recuperarlo para la ciudad. Ojalá. Porque es un “monumento” arquitectónico que sería una cuidada, concurrida y espléndida atracción turística en cualquier ciudad europea. Pero está en Buenos Aires. Y tal vez por eso está como está. Tal vez por eso le resulta indiferente a los millones de almas que pasan por su puerta cada día. Porque no está escondido, no. Está en el kilómetro 0, en el corazón porteño, frente al Congreso Nacional. El año pasado escribí un pequeño texto que ahora comparto con ustedes. Porque el Café del Molino está en mi barrio y lo quiero ayudar.

Don Juan no vive en el barrio de Congreso, viene desde Barracas. Se despierta tempranito para ver por la ventana de la cocina, como el sol mañanero le da brillo a las verduras de la quintita del fondo. Después, se viste sin apuro y sale para tomar el 12 que lo deja en Rivadavia y Callao, al pie del Molino.
Hoy abandonada, cubierta por afiches y paneles azules de hojalata, la esquina parece sentir vergüenza de su estampa y, por eso, se presta como testigo silenciosa de otra “marcha de los jubilados”.
Desde hace más de 16 años, ahí se juntan cada miércoles los abuelos y abuelas argentinos que esperan por lo que les corresponde después de tantos años de trabajo.
Es cierto, el lugar es el mismo, pero por suerte algunas cosas cambiaron. Comenzaron en oscura década “menemista” y se hicieron “abonados” a la tradicional esquina.
Hubo un tiempo, incluso, en que sus encuentros terminaban con feroces incidentes, porque “un tal Corach” los mandaba reprimir con el bastón fácil de la maldita policía. Pero ni siquiera entonces desistieron de sus reclamos. Al contrario, hicieron de su lucha una emblemática postal frente al Congreso.
Y siempre en las alturas, el otrora espléndido Molino contempla solidario las fotos de una sociedad en decadencia. Aquel anfitrión distinguido en miles de reuniones, hoy no es más que el descuido manifiesto de una ciudad que lo deja de lado. Tan parecido a nuestros abuelos, sabe mucho de abandonos.
Abajo, en tanto, en esa esquina de baldosas flojas y sucias, rebotan todavía los cansados gritos de la marcha.
Pero los políticos siguen sin escuchar.
El Molino, todavía sin brillar. Y los abuelos, sin cobrar.