lunes, 8 de marzo de 2010

El Gran Cambio

Anoche tuve un sueño. El país entero estaba dominado por una extraña plaga: Sin excepción, todos se habían vuelto "solidarios".
Los grandes bancos donaban sus comisiones e intereses a comedores escolares. Los restaurantes más selectos atendían gratis a las personas que vivían en la calle y no probaban un plato caliente desde hace años. Las tiendas de electrodomésticos, regalaban heladeras y cocinas a familias que no podían pagarlas. Los canales de televisión transmitían buenas, esperanzadoras y agradables noticias en sus telediarios. Los medios de transporte público llevaban un límite de personas, para que viajen cómodas, e incrementaban su frecuencia diaria. Todo ello, sin cobrar pasajes.
Los frigoríficos y productores de granos cancelaban sus envíos al exterior para permitir el abastecimiento interno de la población. Las compañías lecheras (ok, lácteas) pagaban más a los tamberos sin trasladar ese costo a los productos que llegaban a las góndolas. Y los laboratorios y farmacias daban medicamentos gratuitos -y sin adulterar- a todos aquellos que los necesitaran.
Muchas otras empresas entregaban sus producciones para que el transporte de carga las llevara a lugares recónditos y muy necesitados. En las radios, los locutores hablaban de la felicidad y la tranquilidad de vivir en un ambiente así, donde la comunidad es una sola, preocupada realmente por el bienestar del prójimo en todo momento. Porque en mi sueño, organizaciones como Greenpeace no debían poner a sus miembros en campañas peligrosas para concientizar, sino que solamente debían coordinar las acciones de la población que se volcaba al cuidado del medio ambiente.
No eran hechos aislados por un día determinado al año, sino una forma de vida permanente y sobre la cual nadie se adjudicaba el éxito u autoría. Era espontáneo, desinteresado.
En las calles, la gente sonreía y charlaban unos con otros. Eran días soleados de primavera y el gobierno había decretado que en lugar de afiches políticos en las paredes, se las pinten de colores alegres. Circulaban taxis con sus radios a todo volumen regalando compases de alguna divertida canción de moda.
En los kioscos, los vendedores daban periódicos y revistas a los caminantes. Los titulares hablaban de “amistad entre las personas” o “tiempos de prosperidad en el país”. Sobre el titular más grande, se alcanzaba a leer la fecha: 19 de septiembre de 2095.

Me desperté sobresaltado y el sueño se fue con las luces del amanecer. Se hizo añicos contra el estruendo de la calle que entraba por la ventana. Caminé hasta la puerta y me incliné para levantar el diario de esa mañana que asomaba bajo la puerta: Guerras, destrucción del planeta y crisis financieras dominaban la portada. Pero, extrañamente, una sonrisa de satisfacción se dibujo en mis labios. Tenía esperanzas porque, al menos, en unas cuantas décadas, las generaciones futuras verían el gran cambio.