martes, 11 de mayo de 2010

Nunca duermas sobre sangre

El piso todavía estaba mojado. Podía sentir el líquido espeso y caliente contra su cara. Lentamente abrió los ojos. Estaba extraviado.
Cuando intentó levantarse comprobó que el mareo era más agudo de lo que esperaba y que, además, se correspondía con un fuerte dolor de cabeza, tal vez producto de algún golpe que no alcanzaba a recordar. Lo intentó, por cierto.
Su memoria sólo logró construir la imagen de una mujer, un hermosa morocha de cabellos largos, bailando a su alrededor. Ambos se veían felices.
Cuando finalmente se puso de pie, observó sus manos. Estaban húmedas y rojas. El olor era desagradable. Luego, se descubrió desnudo por completo, de pie en el living de su casa, sobre un enorme charco de sangre. Se sobresaltó.
Por instinto, nomás, buscó una herida en su cuerpo. Por suerte, no tuvo éxito. Recordó a la mujer, aunque tampoco ella parecía lastimada en el fugaz recuerdo que guardaba de ella.
La habitación estaba en penumbras, pero sabía que era su casa. La sangre cubría casi la mitad de la habitación y no había otras señales más allá de la circunferencia en la cual estaba parado. Recorrió el cuarto entero con la mirada. Estaba solo, aunque su sensación era distinta. Podía sentir la presencia de alguien más.
¿Qué había sucedido? Se preguntaba todavía atontado para realizar cualquier reflexión. Sus pies se despegaron con esfuerzo del pegajoso suelo y caminó rumbo a la cocina. Sacó hielo del refrigerador y lo colocó en su cabeza. El reloj marcaba las 13.20, con lo cual, había estado inconsciente toda la noche y la mañana. Su último recuerdo volvió a aparecer y ahí estaba esa hermosa mujer, danzando en el living de su casa, mientras él reía y disfrutaba de los movimientos sensuales de esa morena desconocida.
Se detuvo de repente. Otra vez estaba sobre el líquido rojo, todavía tibio. Se preocupó. Solamente tenía en su memoria algunos fragmentos de lo que había sucedido la noche anterior.
Volvió a mirar a su alrededor, esta vez con mayor detenimiento en algunos detalles. Su billetera estaba sobre la mesa, junto a las llaves del coche. Se dirigió hasta el baño y estaba intacto, vacío y sin manchas de sangre. Los rayos de luz del mediodía que entraba por la ventana lo obligaron a cubrirse los ojos con la mano. Luego entró en su cuarto y encontró ropa tirada. La camisa, el pantalón, los zapatos. También estaba el diminuto conjunto negro que llevaba la mujer. Lo mismo: Todo limpio.
Se desplomó sobre la cama y, recién entonces, recordó el momento en que ella dejó caer suavemente el vestido por su pálida piel, acariciando su silueta con movimientos sensuales, hasta dejarlo en el piso como una pequeña ciénaga de aguas oscuras.
Esto no estaba bien, pensó mientras se colocaba el pantalón. Terminó de vestirse y sin mucha prisa regresó al living. Todo se encontraba igual, aunque su mirada se detuvo bruscamente en el armario. Ahora, sin dudas, percibió que alguien lo observaba. Tomó un pesado bastón y se acercó hasta que, con la otra mano, pudo empujar la puerta.
Oscuridad y silencio. Una brisa proveniente de la calle sacudió las cortinas de la ventana. En el armario sólo había trastos y él esperaba encontrar otra cosa. Volvió sobre sus pasos y se sentó en el sillón. Por primera vez en más de 20 años de profesión, el detective Roger Bensson estaba aturdido y desorientado. ¿Acaso esperaba encontrar el cuerpo de la muchacha?