lunes, 11 de octubre de 2010

Pericles Orellana: Un nombre más tribunero

El otro día le dije a Don Pericles, mientras le acercaba un amargo:
- Ahora que tiene tiempo, ¿no me escribe algunas líneas para mi Blog?
Tardó unos segundos antes de levantar la mirada. Se acomodó los anteojos. El resplandor de la tarde entraba impiadoso por el ventanal del balcón, a sus espaldas, en el departamento de San Cristóbal. Era la hora de la siesta y estaba leyendo el suplemento deportivo del diario El Mercurio de Chile, apasionado por la goleada del Huachipato sobre la Católica por 3 a 0.
Me observó entre indiferente y descreído. Luego, volvió a su lectura. Creo que le dolió más que lo hiciera sentir como alguien “retirado del juego”. Y aunque en definitiva él es un nuevo jubilado, les juro que esa no fue mi intención.
Volví a insistirle, por si no había oído. Pero cuando iba a empezar a decirle, se me adelantó sin asomar la cabeza por encima el suplemento ampliamente desplegado.
- Primero -dijo con voz suave pero firme-, contame qué extraña epidemia te afectó para imaginar que yo, el gran Pericles Orellana, el Oráculo del periodismo deportivo, escribiría cualquier cosa, por ínfima que sea, para algo que dirijas vos. Decime, por favor, porque no me entra en la cabeza, nene. ¡Ni un telegrama de renuncia te escribo!
Levanté la mano con el dedo índice extendido como para aclararle que yo no dirigía nada, pero fue inútil. Prosiguió inalterable.
- Y segundo… -apoyó el diario en la mesa para mirarme a la cara-. ¿Cómo mierda se te ocurre ponerle ese nombre a un diario, me querés decir? ¿Blo? ¿Qué carajo quiere decir eso? Le tenés que poner algo más tribunero, pibe, como “Ovación”, “Área chica” o “Golazo”. ¿Entendés? Se ve que no aprendiste nada laburando conmigo, ¿eh?
Ahí recién bajé la mano que aún sostenía en alto mi porfiado dedo y decidí no explicarle que se trataba de una nueva plataforma digital de comunicación y difusión. Para qué. No era el momento. Cuando "carajea" de esa forma es mejor no contradecirlo ni llevarle el apunte. La mejor receta es dejarlo refunfuñando solo. Eso sí lo aprendí trabajando con él. Y lo sufrí también.
Pasaron unos pocos segundos incómodos hasta que me devolvió el mate y agregó negando con la cabeza:
- ¿Blo...? ¡Qué nombre de mierda le pusiste, pibe!
Eso fue lo último que dijo aquella tarde. Después, dio vuelta la página del suplemento deportivo y giró la cabeza para espiar por la ventana del balcón. La luz del sol había desaparecido y el frío de otra nochecita de invierno se adivinaba a través del vidrio.