domingo, 20 de septiembre de 2009

Domingo



Cuántos libros, párrafos, palabras y letras podrían gastarse para describir la sensación de tristeza que nos invade en una tarde cualquiera de domingo.
Cada uno siente y vive de manera diferente esta amarga procesión pero todos, en algún instante, se dejan alcanzar por una profunda angustia. Y las causas pueden ser tan diversas y personales como seres humanos existen en el planeta.
Termina el descanso del obrero; el padre deja a sus hijos en la casa de su ex esposa; una adolescente prepara la ropa que se pondrá a la mañana siguiente para ir a la facultad; desde la ventana de su cuarto el anciano observa a su familia alejarse del asilo...
Todos diferentes entre sí, pero unidos por un esperanzado deseo: Retrasar al máximo el crepúsculo opaco del domingo y evitar el cansino amanecer del día siguiente.
Pero también existen almas que no conocen la diferencia entre un martes y un domingo porque para ellos todos los días son iguales. La vida no les mostró el encanto de un ruidoso almuerzo familiar o un paseo por las soleadas plazas de la ciudad.
Para ellos, a veces, el día se confunde con la noche y el descanso no es más que una palabra muy utilizada por otras personas. 
Sea como sea, inevitablemente, mañana será lunes.