martes, 11 de enero de 2011

El amor imposible de Chao Lin


Hacía mucho tiempo que no pasaba por la rotisería de Doña Concetta a comprarle unas ricas pastas. Con el calor que por esos días hacía en Buenos Aires, no tenía ganas.
Por suerte, a comienzos de marzo arrancó la fresca y el domingo por la noche me di una vuelta por lo de la querida señora. Al entrar nomás tuve la primera sorpresa porque, además de la dueña del local, también estaba el entrañable Chou Lin, el chino que hace el delivery de comidas en su ciclomotor dorado.
Se los veía concentrados, uno a cada lado del mostrador, como si quisieran disimular el tema de la charla. Hasta que Doña Concetta me reconoció.
- ¡Nene! ¡Qué piacere! ¿Cuánto tiempo sin verte por acá? Pensé que ya no te gustaban las pastas de la Concetta, m´hijito. ¿Te hago unos canelones? –se apuró a decir con su acento tan especial, mezcla de español e italiano.
- ¡Buona notte! -cuando me salen, me gusta decirle algunas frases en su idioma natal, pero esta vez quedé sólo en el saludo porque la señora me interrumpió con otra exclamación de sorpresa.
- ¡Santa Madonna! ¡Ora capisco! Con razón no venías por acá, nene. ¿Qué dieta estás haciendo?
Después de mirarlos intrigado por unos segundos, me animé a preguntar:
- ¿Por qué me pregunta eso, Concetta? ¿De dónde sacó que estoy a dieta? -aunque yo sabía que necesitaba una estricta reducción en mi ingesta alimenticia, también se que ella es demasiado buena como para decírmelo tan, digamos, frontalmente.
Pero su respuesta me descolocó más que la pregunta.
- Ma… ¿Come…? ¿Qué persona puede usar una camiseta que diga “No Pan”, si no está a dieta? –exclamó la señora con algo de lógica y obviedad.
De cualquier forma, no pude contener la carcajada que, por espontánea, no dejaba de sonar burlona. Pero por suerte para mí, en ese preciso instante, hizo su aparición Chou, con la escasa sabiduría oriental que pueda tener un chino de tercera generación, oriundo de Parque Patricios.
- Mi quelidisima señola, la camiseta del joven no dice “NO PAN”, sino “NO PAIN”, que en inglés quiele decil “sin dolor” -explicó el delivery boy, acostumbrado a manejar diversos giros idiomáticos.
El rostro de Doña Concetta dejaba entrever que no le importaba la explicación de Chou y que tampoco iba a cambiar su manera de pensar. Desde ese día, para la señora, yo estaba a dieta y punto.
Como observé que la atmósfera se había enrarecido a mi llegada, intenté interiorizarme de lo que pasaba.
- ¿De qué hablaban que se quedaron callados cuando llegué?
Los dos me miraron con más dudas que certezas y tardaron en responder. Fue Doña Concetta la que, sin vueltas, blanqueó la situación.
- Se casó la mayor de los Arechederra -dijo antes de traspasar la puerta de la cocina. Los dos que permanecimos en el local, nos quedamos callados. Yo, sin entender lo que había dicho. Chao, con sus razones aún desconocidas para mí.
Entonces se me escapó una de esas risitas tontas y el "delivery man" me espetó.
- Es cierto, no te rías.
- Aja…Perdoná -no quise preguntar más, confiando en que Chou seguiría hablando. Pero como eso no ocurrió, retomé con más curiosidad que interés- ¿Quiénes son los Arechederra y por qué nos importa que se case una de sus hijas?
Él demoró unos segundos, como queriendo convencerse a sí mismo de que hacía bien en contarme. Pero parece que no tuvo éxito. Agarró el casco de arriba del mostrador, enfiló para la calle y se sentó sobre la motoneta que lo esperaba en la vereda.
Tenía la mirada melancólica, como perdida en un imaginario horizonte al final de la avenida. Estaba contemplando esa poética imagen cuando regresó Doña Concetta con una contundente bandeja de canelones de pollo y verdura. Después supe que eran para mí.
- ¿Qué le pasa a Chou? –quise saber.
- Ya te dije, nene, se casó la piba de los Arechederra y eso lo tiene mal al chinito.
- No le diga chinito que le molesta. ¿Pero por qué lo tiene mal?
- ¿No sabes nada? Questa ragazza fue la novia del Chou en el colegio y él sigue enamorado.
- ¡Pero cuánto hace ya que terminó el secundario! –exclamé.
- Sei questioni d'amore –agregó ella, comprensiva.
Después de envolver mi comida, más relajada incluso, la señora se apoyó en el mostrador y contó un poco más. Parece que Chou estaba tan loco por esta chica, llamada Florencia, que había decidido pedirle matrimonio al cumplir los 18. Pero los padres del "semi-oriental" se enteraron y lo prohibieron porque pretendían casarlo con Tai Chen, la hija del tintorero del barrio. Y Chou, que por trucho no deja de ser fiel a las tradiciones familiares, sufrió en silencio el mal de amores y terminó aceptando la decisión paterna.
Por suerte, o no, tiempo después Tai Chen no quiso casarse con él y la tintorería del barrio se fundió al salir de la convertibilidad.
- ¡Qué historia más triste! -solté con falso entusiasmo.
- Triste, muy triste, nene. ¿Imaginate cómo está el chinito ahora que supo que se casó el amor de su vida?
- ¡No le diga chinito! ¿Y sabe si la siguió viendo a pesar de la oposición de los padres?
La señora se acercó para seguir su relato, casi en un susurro.
- En realidad, ella nunca lo vio -confesó-. Digamos que era un amor unilateral. Chou la amaba en silencio porque nunca se animó a decirle ni una palabra. Y ella hacía su vida en otros ámbitos, sólo la veía en el colegio. Pero hace dos semanas, el chinito fue a entregar un pedido acá cerca y era para esta Florencia, justo. Me contó que, después de reconocerla salió tan nervioso que se le cayó la moto cuando quiso arrancar. Yo me asusté cuando volvió porque estaba pálido como si hubiera visto al fantasma de un Samurai y, de tanto insistirle, me contó la historia. La verdadera.
- Pobre Chou -comenté afligido de verdad- ¿Y ella lo reconoció?
- No creo… O capaz que si y por eso no volvió a encargar nada. ¡Porque éste, cuando se pone pavote, se manda cada macana!
Esperé a que la señora me diera el cambio y con los canelones envueltos encaré para la puerta. Tenía que decirle algo al bueno de Chou que, evidentemente, la estaba pasando muy mal. Pero el falso oriental me ganó de mano.
- Te contó todo, Doña Concetta, ¿no? -me dijo sin dejar de observar el semáforo de la esquina.
- Sí, me explicó que te reencontraste con el amor de tu vida, pero está casada.
Yo esperaba que explotara en un llanto, que puteara o pateara la moto. Pero no. Me miró directo a los ojos y con ese brillo pícaro que sólo distingue a los criollos nativos o a los chinos nacidos en Parque Patricios, se sinceró.
- Eso es lo que le dije a ella para que entienda. Pero en realidad, Florencia vive acá a dos cuadras y está juntada con alguien que yo conozco.
- ¡Uh! Peor todavía… ¡Que desgracia, che!
- ¿Desgracia? ¡Para nada! ¡Si la pareja de Florencia es Tai Chen! ¡No dejo de tener sueños eróticos desde ese día! -explicó Chou, con el rostro más oblicuo y lujurioso que le conocí en mucho tiempo.