martes, 19 de abril de 2011

Desde la ventana


Esta mañana, tempranito, estaba mirando por la ventana y te vi pasar. Ibas apurada, como siempre, con la carpeta entre los brazos, tu cabello largo atado en una trenza, el guardapolvo bien encima de las rodillas y las medias azules caídas. Seguramente llegabas tarde a clase, otra vez.
Te juro que me puse muy nervioso cuando te vi. Como siempre, en realidad. Casi tanto, incluso, como la primera vez. ¿Te acordás? Vos eras nueva en el pueblo y justo, pero justo, caíste en la casa de al lado. ¡Qué suerte tuve! Esa semana, aún no sé cómo ni por qué, volvimos juntos del colegio todos los días.
Yo no lo podía creer, obviamente. Te veías tan linda. Tampoco dejé de asombrarme cuando meses más tarde te dije que me gustabas y vos, tan segura de todo, me estampaste un beso en la boca. ¡Creo que estuve tartamudeando una o dos horas después de eso! Es que había sido el primero para mí, ¿entendés? 
Nunca me animé a preguntarte si también lo fue para vos. Ojalá.
Y hoy, cuando te vi pasar nuevamente, me apuré para salir a la calle y alcanzarte, como hacía cada mañana de camino a la escuela. Aunque ahora ya no tenés carpetas entre tus brazos.
La mujer que pasó esta mañana por delante de mi ventana, terminó el colegio hace 30 años y yo, todavía, no consigo olvidarla.