miércoles, 6 de abril de 2011

OPERACIÓN “GAROTO NOVO”: Otra misión del Agente Beltrán (6) - EL FINAL


(Seis) 
EL FINAL 

Luego de que su mujer lo amenazara con dejarlo por enésima vez, Beltrán no salió de su oficina durante dos días, envuelto en pensamientos non sanctos respecto al futuro de su esposa y, principalmente, desesperado por encontrar una solución al pedido del Presidente. Durmió en el sillón y comió los restos que encontraba desparramados en los escritorios de sus subalternos.
Preocupados por la situación de su jefe, pero también por la propia, el Chúcaro y Cristóbal irrumpieron en la oficina con una sonrisa de oreja a oreja. Habían pasado las últimas horas pergeñando un plan que pudiera dar el resultado esperado y, después de unas cuantas rondas de mate, por fin tenían algo para proponerle a su jefe supremo.  
Beltrán, con ambas manos sosteniéndose la cabeza, ni los miró cuando entraron y, al no recibir acuse, los dos agentes tartamudearon al comenzar a hablar frente al escritorio. Lo hicieron con la mayor delicadeza posible. Después de las últimas macanas que se habían mandado, el horno no estaba para bollos.
- Disculpe, Jefe, con el Cristóbal estuvimos dándole vueltas al asunto éste del empresario ¿vio? Y ya que a la fuerza descubrimos que el tipo no es homosexual sino metrosexual, buscamos en internet qué quiere decir eso y se nos ocurrió una idea.
Beltrán seguía inmerso en sus tribulaciones. O prefería no escuchar a sus discípulos conocedor del quilombo en que lo meterían. Pero ante el silencio, sus muchachos continuaron.
- Parece ser que un metrosexual es un tipo que le gusta ponerse cremitas, se hace las manos y los pies en la peluquería y se la pasa en el gimnasio haciendo muchas mariconadas como yoga o stretching. No nos pregunte qué carajo es eso porque aún no lo averiguamos, pero la idea sería aprovechar esas cosas raras que hace el tipo. Por ejemplo, pensamos que Cristóbal puede hacerse pasar por un Personal Trainer y sacarlo a correr por Palermo, donde nosotros podemos levantarlo con la camioneta y después lo torturamos hasta sacarle la información que queremos. O, si no, yo puedo pedirle a mi prima Bety que es vendedora de Avón que me preste algunas cremas, voy de visita a lo del tipo y cuando me abra para ver las cremitas, lo agarro del pescuezo y me lo llevo para algún “aguantadero” para darle sin parar hasta que…
El chúcaro suspendió su apasionado relato en cuanto detecto que la cabeza de Beltrán amagaba nomás a levantarse. Lentamente, el Jefe se incorporó en su silla y, de repente, golpeó el escritorio con ambos puños de una manera tal que el resto de los agentes en el piso se quedó mirando hacia la oficina de Beltrán.
- ¿¡Ustedes son o se hacen!? - preguntó retóricamente el Jefe- ¿O a lo mejor quieren que nos peguen un boleo en el culo a todos y terminemos laburando de "seguratas" en alguna bailanta de Adrogué?
- Pero Jefe… - intentó suavizar Cristóbal.
- ¡Pero nada! Después de la cagada que nos mandamos, no podemos acercarnos ni a cinco kilómetros de ese tipo. ¡Hay que pensar en otra cosa, inútiles! Y tenemos que hacerlo en pocas horas.
El panorama pintaba catastrófico para la oficina de Dirección de Espionaje Internacional. Los consecutivos fracasos hicieron mella en sus miembros y, sobre todo, se habían convertido en el grupo más ridículo de la Agencia (aunque para muchos, ya lo eran).
Ninguna idea parecía posible y los tres agentes nunca se habían visto tan exigidos durante sus labores. Un extraño aire de abatimiento se percibía en la oficina del Director de Espionaje Internacional. En el ambiente se respiraba resignación y los tres agentes se dejaron caer en los sillones esperando que algún milagro los saque de semejante debacle.
Afuera del edificio de la Agencia la noche ya había cubierto a la ciudad con su manto cómplice. La oscuridad que se percibía por la ventana anticipaba el desenlace de la misión “Garoto Novo”. Del otro lado de la plaza, pensaba Beltrán, el Presidente estaría intranquilo por la falta de resultados y, de un momento a otro lo llamaría para pedirle las explicaciones correspondientes y tomar medidas extremas. O sea, ponerlo de patitas en la calle junto con el resto de su equipo por incompetentes. ¿En qué habría estado pensando el Presidente cuando decidió poner a Beltrán al frente de la operación? Seguramente quien más disfrutaría la situación y se haría un espectáculo con el desenlace, sería Álzaga Quintana. A Beltrán otra vez se le cruzó por la cabeza ese sueño recurrente en que le vacía a su jefe el cargador completo de su Astra 44 Remington Magnum.
Quizás, ésta era la ocasión que estaba esperando para concretarlo.
Cuando los malos pensamientos se sucedían uno tras otro en su mente y parecía que nada podía complicar más la noche, su peor pesadilla se materializó ante sus ojos. La escuálida figura de Álzaga Quintana atravesó la puerta de vidrio del cuarto piso. Decidido y elegante, iba directo hacia la oficina de Beltrán. En su media sonrisa se adivinaba una macabra y desafiante mueca de superioridad.
El agente Mario Beltrán supo que sus horas estaban contadas y su reacción debe haberlo delatado porque los otros dos agentes giraron temerosos las cabezas hacia la puerta esperando encontrarse con la muerte misma. Cuando vieron la estampa de U.N.O. prolijamente vestida en un traje italiano, se apuraron por levantarse del sillón y abandonar la habitación. Pronto sería un campo de batalla, intuyeron.
Beltrán intentó detenerlos pero era demasiado tarde. Masticó una buena puteada, se dejó caer sobre el respaldo de la butaca y se dispuso a escuchar las malas nuevas que traía el mandamás.
“La suerte estaba echada”, pensó. “Y es mi culpa por confiar en esta manga de incapaces”. Reflexiones como esta venían a su cabeza en el momento en que el Director de la SIA atravesó la puerta.
- ¿Y, Beltrán, encontró alguna solución o esta vez su fracaso será comprobado por el mismísimo Presidente de la Nación? Personalmente, mi estimado Archivaldo, creo que su carrera en la Agencia llegó al final que todos esperábamos. Si le interesa, mi primo tiene una empresa de seguridad para Shoppings y podría recomendarlo a usted, si quiere…
Álzaga Quintana disfrutaba el momento como le había ocurrido pocas veces en su vida. Observar la impotencia en la cara de Beltrán, el odio contenido, le daba un plus a la situación que seguramente nada podría superar en el futuro.
Pero, justo en el preciso momento en que el Director se disponía a rematar su faena con alguna otra frase hiriente, el teléfono celular personal de Beltrán comenzó a sonar repetidamente. “Lo salvó la campana, por ahora”, se dijo Álzaga mientras ensayaba un leve movimiento de cabeza.
- Atienda tranquilo, m´ hijo. Después paso para terminar nuestra… Conversación - agregó el viejo, más agrandado que galleta en el agua.
Beltrán vio la llamada como un nuevo golpe a su agonía y pensó lo peor: Otra llamada de su esposa.
Sin embargo, y aunque se tranquilizó al ver que el número en la pantalla era privado, atendió con algo de resignación. Del otro lado de la línea, una voz poco familiar -aunque esperada- le sacudió los últimos restos de miedo que le quedaban en el cuerpo:
- ¿En qué fase de la operación estamos, Beltrán? - la persona que lo llamó no necesitaba mayor presentación.
- Señor Presidente, que sorpresa… - titubeó el agente y observó como Álzaga Quintana se alejaba hacia el pasillo con una sonrisa en la boca, intuyendo el adiós de Beltrán- En estos momentos… Esteee… Digamos que ahora, justo yo… Mire, si todo sale bien, estamos a escasos instantes de…
El agente se entregó sin expectativas a una respuesta imprecisa para ganar algo de tiempo, aunque supo que no le quedaban cartas en la manga y no tenía sentido demorar la ejecución. 
- ¡Ah! Perfecto. Escúcheme, Beltrán, detenga todo. Hemos llegado a un acuerdo con el empresario que al final sólo buscaba un poco de reconocimiento y notoriedad, lo cual sabremos darle a cambio de su fórmula secreta. Así que suspenda nomás el operativo. ¿Está claro? Después lo llamará el Ministro para mandarle una medalla o algo así.
El Director de Espionaje Internacional no salía de su asombro y tuvo que disimular la euforia cuando se animó a preguntar con prudencia más detalles sobre el asunto.
- Después de arduas negociaciones alcanzamos un acuerdo favorable para ambas partes -completó el Presidente-. El tipo nos dará la fórmula en exclusiva y, a cambio, llamaremos con su apellido a la Av. Costanera y renombraremos al Río de La Plata como “Río Dulce de Leche” que, si me apura, combina mucho más con el color de sus aguas. ¡Un golazo, Beltrán! Así que relájese, aquí no ha pasado nada.
La llamada terminó tan imprevistamente como había comenzado. Beltrán, que pasó del caos total a la gloria más impensada en escasos segundos, recuperó el normal ritmo cardíaco y se dejó caer en su mullido sillón negro.
Después giró para quedar frente al amplio ventanal que daba a la plaza, se llevó ambas manos a la nuca y entrecruzó los dedos. Fiel a su estilo obsecuente, Beltrán obedeció la orden del Presidente al pie de la letra y se relajó.
Increíblemente, la operación “Garoto Novo” había sido un éxito, a pesar suyo y del fracaso de sus hombres. 
FIN