martes, 24 de mayo de 2011

La puerta entreabierta

Cuando la conocí, sus primeras palabras fueron una inútil advertencia ante lo inevitable: “Tengo numerosas páginas de mi vida repletas de defectos y errores, y son muy pocos los renglones con virtudes. Deberías saberlo antes de involucrarte conmigo de alguna manera”. Luego, me enamoró.
Desde hace unos días, la misma sensación de irrefrenable deseo que sentí aquella vez, vuelve repetida y renovada en mis sueños. Y cada mañana, al abrir los ojos, por un instante perdura en mi una breve pero intensa conmoción por el efecto de sus palabras en aquel momento eterno. 
En otras ocasiones, también despierto sobresaltado en mitad de la noche y veo su rostro entre las sombras. El suave sonido de su voz aún resuena en la habitación, haciéndose lugar en el espeso aire de la madrugada de verano. Y por más que intento volver a dormir, su mirada se filtra en mi recuerdo. A la mañana, otra vez, abro los ojos de golpe y estiro mi brazo porque siento  que está ahí. Pero no.
Durante semanas tuve el mismo sueño. Ella pronunciando su agridulce advertencia y yo, plácido, entregándome sin escuchar su consejo. Después, comienzo a perseguirla sin poder alcanzarla hasta que, finalmente, me encuentro de pie en la vereda de una calle alborotada, frente a una puerta muy alta, de madera marrón oscuro y doble hoja. 
Alrededor, una multitud de gente va de un lado para otro, indiferente. Con la mirada subo por la puerta hasta comenzar a recorrer la silueta gris de un edificio antiguo. Los tonos se mantienen uniformes en todo el recorrido que, parece, nunca tendrá un final. 
Es un día de lluvia y las nubes amenazan con soltar algunas lágrimas. Igual que yo. Por eso bajo la mirada y, justo entonces, la puerta se abre silenciosa. No me decido a entrar, pero del otro lado llega un aroma que no recordaba y que solía endulzar mis sueños. El perfume de su piel. 
Noche tras noche, la escena regresa y me abandona en ese mismo instante. Las personas que circulaban ignorantes de todo, sin más, se esfumaron. Como mi sueño. 
Al final, sólo quedan la enorme puerta entreabierta, su perfume y, del otro lado, la oscuridad.
Otras mentes más lúcidas me explicaron que no logro dejarla ir. Que no puedo separarme de ella. En realidad, yo sé que solamente deseo ocupar su lugar en aquél accidente, porque no soporto la culpa de haberla perdido.