martes, 14 de junio de 2011

Los reproches de los broches


Un atardecer de verano, rojizo y confuso, dominaba la vista panorámica desde la terraza. En la soga, aburridos ante la falta de viento, dos broches estropeados se acompañaban en silencio. 
Ya habían agotado casi todos los temas de conversación ese día, pero como la dueña no subía a recogerlos, una constante conversación se antojaba inevitable. Y cuando se habla por hablar, se sabe, la cordialidad puede no llevarse bien con la franqueza.
- ¡Qué lo parió! -irrumpió exaltado el de la derecha- ¡Decime vos si el cielo no parece un cuadro! Lástima tanto calor... ¿Pero viste que al final no llovió?
- ¡Bueno che! ¿Vos nunca te equivocas? Lo que pasó fue que me dejé llevar por esos nubarrones tramposos que venían del lado del río.
- Sí, sí, todo lo que vos quieras. Igualmente, hace varios meses ya que no pegas ni una con el pronóstico, eh.
- ¡Claro! ¡Ahora el señorito me dice que soy un fraude! ¿No? ¿Soy un fiasco yo? ¡Callate, querés! Bien que apretaste la soga con las patitas cuando te dije que se vendría la tormenta...
Hubo miradas cruzadas. Unas incómodas, otras de vergüenza y reproche. Después, y durante un buen rato, dominó el más absoluto y respetuoso silencio, interrumpido nomás por el melodioso y suave cantar de unos gorriones lejanos.
Recién entonces los dos broches, uno blanco y otro amarillo, se relajaron para dejarse llevar por la tranquilidad que invadió la tarde.
La dueña, ajena a todo en la tranquilidad de otro lugar, seguía con sus quehaceres hogareños. Aparentemente, ella sí escuchó el pronóstico por la radio y sabía con certeza que esa tarde no iba a llover.