jueves, 22 de diciembre de 2011

Errores de Piratas


Vicente Marras se libró desesperadamente de los fuertes brazos que lo sujetaban. Después, saltó a tierra firme y corrió sin mirar atrás, por el muelle, hasta perderse entre la gente que vagaba por el mercado del puerto.
A sus espaldas, contra el atardecer que se dibujaba en el horizonte del mar, el barco se bamboleaba plácido, todavía anclado.
El desalmado Capitán Valbuena revoleaba su espada por lo alto, gritando y maldiciendo a cada uno de sus brutos piratas. A uno de ellos, incluso, le estrelló el periscopio en la cabeza.
- Suelten amarras -repetía desquiciado, una y otra vez-. Me refería a que levanten las cuerdas para que zarpe el maldito bergantín, gilipollas. No que dejen libre a nuestro prisionero condenado a muerte por alta traición al código de piratería.
El sol era ya un recuerdo bajo el azul oscuro del océano cuando la voz gruesa y desalmada del Corsario español todavía retumbaba en la proa del galeón.
Sus salvajes bucaneros, otrora implacables seguidores en cientos de batallas y aventuras, se miraban unos a otros sin entender aún cuál había sido exactamente el error.