lunes, 9 de enero de 2012

La posición tarántula


A los Ales.
Por ese delirio tan lindo
de las charlas entre amigos


El otro día, el tercer martes del mes como ocurre desde hace muchos años, Andrés se juntó a cenar con sus amigos. La  tradición asegura el encuentro en la terraza de la casa de Santi, el único que sabe preparar un asado como Dios manda: Con condimentos y detalles secretos que guarda con recelo y que le daban un resultado inmejorable al final de la velada.
El Gordo, en cambio, se encarga de la picada previa y, por eso, es el primero en llegar y esperar al resto debidamente: Vermú con limón y soda acompañado de un buen salamín picado fino, quesos varios, aceitunas y algunas papitas como para calentar el buche hasta que la carne llegue a su punto exacto.
Esa noche el clima acompañaba con una noche estrellada, una temperatura que no parecía de otoño sino de las más cálidas primaveras y los tres -Andrés, Santi y el Gordo- estaban disfrutando de lo lindo, entre risas y fiambres, con un chiste de loros que contaba desaforado el dueño de casa.
Y así transitaba la noche hasta que, apurado y con la respiración agitada, arribó el último comensal. Willy subió la escalera y atravesó la puerta de la terraza como si le fuera la vida en ello. Estaba emocionado, se le notaba. Cuando finalmente se encontró frente a sus amigos, sin saludar siquiera, anunció que tenía una noticia tremenda, de esas que los dejaría perplejos. 
“Se casa”, arriesgó Santi, un romántico empedernido. “Abandona la música”, pensó el iluso de Andrés. “Vuelve al fútbol”, se resignó el Gordo, un tanto apocalíptico. 
Pero nada de eso.
Como envuelto en un halo de luz enceguecedora, como si abriera su camisa y debajo surgiera el colorido traje de un superhéroe, Willy se acomodó en el centro de la escena, con la mirada en alto y sacando pecho. Después de otros innecesarios segundos de suspenso, soltó orgulloso su anuncio: “Me voy a remontar el Amazonas”.
Silencio de misa. Espectadores aturdidos. Miradas cruzadas y desorientadas que procuraban una explicación. Cabezas nerviosas que negaban incrédulas. Por un instante que rozó la eternidad, la más absoluta inmovilidad se apoderó de los amigos que rodeaban la parrilla.
Hasta que de repente, como si terminara esa calma que antecede a una tormenta, explotó en el ambiente un ensordecedor conjunto de carcajadas.
Y entonces, igual que ese profesor que resume la hora de clase en una sola frase, Santi sentenció: “¿Vos te golpeaste la cabeza o te encendiste un porro antes de llegar?”.
El rostro pálido e inmaculado de Willy parecía decir “insolente, cómo te atreves”. Pero, aunque algo humillado ante las risotadas de sus amigos, se mantuvo hidalgo en su postura de súper-héroe, devenido ahora en rey de la selva. Esperó a que las burlas se apaciguaran para retomar su asombrosa proclama.
- “Es en serio” -puntualizó con sinceridad- Me voy con Angélica que, incluso, ya renunció al Colegio de Escribanos. Por las dudas…
- Por las dudas… ¿Qué cosa? -preguntó el Gordo, todavía incrédulo.
- No sé, no sé. No quiero precipitarme, pero uno nunca sabe cómo responde a un viaje así. La fuerza de la madre naturaleza es muy grande en un lugar como la selva Amazónica. Allá te encontrás frente al misterio de la creación, estás inmerso en la obra pura del Creador… Ves cosas que ni por el Discovery Channel -explicó el más entusiasmado de la noche.
- Paren, paren un poco, che -intervino Andrés, como en estado de shock-. ¿Vos estás hablando en serio?
- ¡Claro! Hay miles de cosas que me llaman la atención y siempre tuve el sueño de ir a ese lugar. Por ejemplo, quiero probar la Ayahuasca -siguió Willy, como en una clase de botánica-. Quiero experimentar esa embriaguez agitada que cuentan, tener sueños incomparables, euforia y… ¡Alucinaciones!
- ¡Aaaaahhhh! -gritaron los otros a coro.- ¡Ahora nos vamos entendiendo mejor! Te vas al Amazonas a drogarte con algo que acá no se consigue. Hubieras empezado por ahí -retomó Santi, ya más divertido que preocupado-. 
Esa reflexión desorientó un poco a Willy que se sentía más como un cruzado selvático, que como un vicioso desmedido. En su cabeza se mezclaban varias imágenes y explicaciones, pero ninguna alcanzaba para dar cuenta de la totalidad de su aventura. Hasta que recordó las palabras de un cura perdido en la selva amazónica, que había leído por ahí y que le vinieron justo para salir del paso.
- No. No entienden nada, ustedes. De los pocos paraísos vírgenes que quedan en la tierra, la cuenca del Amazonas es el más misterioso. En esas tierras nunca llegó la mano del hombre y por eso sobreviven especies y leyendas inexplicables para la ciencia. No sé, miren si descubro algún tesoro, enfrento una bestia desconocida o, por qué no, me vuelvo un monje amazónico adorador de la Pacha Mama.
Los tres amigos se miraron todavía más incrédulos de lo que estaban escuchando y, casi sin saber cómo, se pusieron de acuerdo para seguirle la corriente.
- ¿No te da miedo? -quiso saber el Gordo que, a esa altura, hacía su mayor esfuerzo para disimular la risa.
Willy dejó entrever el brillo de sus dientes con una mueca de costado en la boca que, más que transmitir seguridad, parecía que tenía parálisis momentánea. Al final, borró el forzado gesto de sus labios y respondió con un dejo de soberbia.
- ¡No, querido! ¿Cómo voy a tener miedo? Yo hice la colimba, me entrenaron para pasar 40 días sobreviviendo únicamente con lo que nos provee la naturaleza. Hasta puedo aguantar sin comer y beber 5 días seguidos.
- ¿Y si te ataca una de esas bestias que decís, qué hacés? -insistió el gordo, con cizaña.
El explorador se tomó un instante. Pero no para pensar su respuesta, sino para disfrutar de lo desorientado que estaban los demás.
- En ese caso, Gordito de mi alma, adopto la temible Posición Tarántula -dijo con voz gruesa y arrastrando las sílabas, mientras se agachaba con las piernas separadas y extendiendo los brazos a lo ancho, como si fuera a agarrar una gallina en el patio.
Enseguida la cara se le puso roja de la fuerza que hizo con la mandíbula para parecer intimidante. No lo logró, por supuesto. 
Cuando hizo tremenda demostración de destreza, ya nadie le prestaba la más mínima atención. Todos estaban descostillados de risa en el suelo, en una silla o contra la pared. Seguramente, pensaban más bromas para gastarle a su amigo sobre las andanzas en el Mato Grosso
Sin embargo, Santi disipó cualquier continuidad sobre el tema al anunciar que los chorizos ya estaban listos y los 4 se apiñaron en la mesa para dejarse llevar por el delicioso ritual del asado, como corresponde, con la boca bien llena.  
Aquella noche Andrés se fue de la reunión con Willy, para compartir un taxi hasta Plaza Italia. El cielo estaba muy despejado para ser mayo. Hablaron sobre las cosas que debía llevarse a su expedición. Spray contra los mosquitos y otras alimañas, linterna, botiquín de primeros auxilios y demás utensilios que ya Willy tenía bien guardados aunque aún faltaran semanas para la partida. 
Al llegar a la plaza, ambos se dieron un abrazo breve y quedaron en hablar la semana siguiente. Andrés corrió hasta la parada del 37 que estaba por salir y alcanzó a colgarse del escalón. Una vez arriba, observó como su amigo se alejaba entusiasmado por la vereda de la avenida, pensando quizás en su próxima aventura. Sacó la cabeza por la ventanilla y le gritó: “Si te acordás, traéme algo de recuerdo”. Willy se dio vuelta y le contestó con toda la fuerza que pudo:
- “Obvio, quedate tranquilo que alguna chuchería te traigo” -Después se dio la vuelta y agachó la cabeza mientras retomaba su marcha.
Andrés creyó percibir algo de preocupación en su amigo luego del pedido. Pero lo perdió de vista cuando el colectivo aceleró y, al rato, se quedó dormido contra la ventanilla.

Un par de meses después, Santi llamó por teléfono a Andrés, que no dejaba de quejarse por el frío que hacía aún en Buenos Aires y por una gripe que lo perseguía desde agosto. “Como para no enfermarse con este clima de mierda”, repetía con la voz ronca por la tos. Tenía razón, las temperaturas eran demasiado bajas para septiembre.
Después de repasar algunos otros temas del fin de semana, como el partido de Estudiantes y lo que había dicho en la tele un Ministro desubicado sobre el futuro del plan económico, Andrés le preguntó por otro de sus amigos, pero Santi tampoco sabía nada de Willy desde su partida al corazón de la amazonia. Casi al mismo tiempo, ambos se sorprendieron: “¡Qué lo parió! ¡Cómo pasa el tiempo!”.