lunes, 16 de enero de 2012

Reflexiones de un caminante ansioso por las veredas de Buenos Aires


Ante todo debo aclarar que soy un tipo apurado, atropellado… Impaciente, diría. Y por eso me desespera clínicamente caminar un día de semana por el centro de la ciudad, con sus calles desbordadas de autos y sus vereditas ultra-hiper-angostísimas repletas de seres humanos.
Imagínese, comprensivo lector, para alguien apurado e impaciente lo que significan estas cuestiones. Un verdadero Vía Crucis. Cada paso es un desafío y cada persona, un nuevo escollo.
¡El comportamiento de la gente es insólito! 
Por ejemplo, están aquellos que circulan por el medio de la vereda, como si fuera la alfombra roja de los premios Oscar. ¡Les falta saludar y sonreír para las fotos de los paparazzi!
También están los que, un martes a las 14.45 horas por Florida y Sarmiento, van mirando vidrieras como si pasearan por Vía del Corso en Roma. 
Después, tenés esos que salen en grupo. Y digo esto considerando que dos personas a la par ya te cubren el ancho completo de la vereda. El otro día, sin ir más lejos,  me sucedió esto y no tuve más remedio que bajar un pie a la calle para pasar a dos "almitas distraídas" que tenía delante y que, sin dudas, deseaban demorar el regreso a cualquier sitio. Pero no alcancé a depositar la planta completa del pie cuando empecé a escuchar el delicado sonido de las bocinas de un colectivo, las puteadas de un taxista y los gritos de un “motoquero” que venía pegadito al cordón. 
¡El susto que me pegué! ¿Y creen que los dos que tenía adelante se inmutaron? Me los tuve que "fumar" así toda la cuadra para no poner en peligro mi integridad física de nuevo.
Y cuando creí que ya había pasado lo peor, comprobé que estaba equivocadísimo. 
Doblé la esquina y, de frente, me encontré con uno que gesticulaba con los brazos como si estuviera estacionando un avión en el aeropuerto. Pero solamente estaba hablando por su teléfono móvil. ¿Por dónde paso, pensé? 
El hombre iba y venía desde la puerta del banco hasta el borde de la vereda en milésimas de segundos. Parecía uno de esos programas de juegos donde tenés que escabullirte  entre dos rodillos gigantes de goma espuma. 
Pero lo pasé. Y a los pocos metros, centímetros en realidad, me topé con una mujer que venía por el mismo lado, en sentido contrario. Situación altamente conocida que aparece incluso en las películas románticas: Yo me muevo a un lado y ella va para el mismo. Nos frenamos de nuevo y sonreímos con cara de idiotas. Muevo para el otro lado y ella igual. Si hubiera sido una de Hollywood, nos besábamos en ese momento, pero como era en Buenos Aires, a la hora pico, la mujer suspendió la sonrisa cordial y con cara de “somos grandes ya”, me hizo a un lado con el brazo y siguió su camino. “¡Es de las mías!”, sospeché: Apurada. Y me gustó su actitud, aunque el beso hubiera estado mejor.
En fin. Cuestión que seguí camino. O lo intenté, porque entonces descubrí una adorable ancianita que, con suerte, saldría de cobrar su jubilación.
Estos son los casos más complicados porque se presenta un debate interno ético-moral insalvable. Por un lado, mi apuro habitual y, por otro, la ternura y comprensión que despierta cualquier abuela. Debo reconocer que aún no lo tengo muy resuelto, pero quería mencionarlo de todas maneras. 
Aunque recuerdo cierta ocasión en que intenté acercarme a una "señora mayor" para pasarla y, repleta de gente como estaba la vereda, rocé sin querer su brazo con el mío. 
¡Uh! ¡La que se armó!
La mujer empezó a gritar como loca pensando que le quería robar el bolso y, sin más culpabilidad que la de ser apurado, terminé enseñando documentos y convenciendo a un policía durante 45 minutos de que sólo había chocado a la mujer por accidente.
Y vayan a suplicarles a todos los santos para que estas catástrofes no te ocurran un día de lluvia. Ahí sí que preferís morir lentamente escuchando canciones de Arjona
Obviamente, yo salgo sin paraguas para ir más rápido zigzagueando por debajo de los techos, marquesinas y toldos... Pero, por desgracia, terminas frenando a cada paso porque la gente va con paraguas abiertos, por debajo de los mismos techos, marquesinas y toldos... 
¡Explíquenme, por favor, para qué cargan esas sombrillas abiertas si caminan por debajo del techo!
En todo caso, mejor tomarlo con calma porque si no además de ponerte de mal humor, seguro te enganchas la ropa, el pelo o hasta un ojo con uno de esos paraguas de mierda…
¡Paraguas que lleva algún boludo que camina lo más lento que puede!